2. Vamos caminando por la calle de Mar Mediterráneo. Papá me recogió de la escuela, al pasar de su trabajo. Enfundado en su traje se ve muy elegante, y yo me siento muy feliz brincoteando y parloteando a su lado. Pronto llegaremos a casa.
Hemos doblado la esquina y junto al puesto de periódicos está mi compañero Rodolfo, en compañía de su madre. Me percato de su faz llorosa y por un instante me pregunto a qué se debe el llanto. La interrogante dura poco; la señora nos ha detenido y dice estar inspeccionando las mochilas de los compañeros de su hijo para encontrar el lápiz que ha sido “robado” por alguno de ellos. Mi mochila pasa la revisión y la señora extrae mi lápiz. Ese que cuido tanto, después de los regaños que me he llevado en casa por mi tendencia a extraviar mis pertenencias. Ese que me han dado para reponer el anterior, y que he procurado no perder de vista. Con el objeto en la mano, declara que es el de su hijo.
Papá no me consulta. Sencillamente, me golpea en plena calle, sin decir palabra.
El resto del trayecto transcurre de manera silenciosa, entre mis esfuerzos por mantener el paso, y por contener infructuosamente un llanto que tiene el sabor amargo de la humillación.
Tengo siete años. Papá tiene cincuenta y es jefe de materia en el campus “El Rosario” del Colegio de Bachilleres.
(De la Serie "Diez instantes con mi Padre". Escrito por Beatriz Maruri Aguilar)
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