(Por la Vieja Enrebozada)
11. Entro a casa. Dejo el bolso, deposito la llave sobre el aparador, y escucho una voz:
- ¡No vengas!
La puerta del baño está entreabierta y bloquea el último tramo del pasillo, de donde proviene la voz que repite:
- ¡No vengas!
Aparentando absoluta tranquilidad, contesto para tantear la situación.
- ¿Está todo bien, Pa?
- Pues…
- ¿Estás lastimado?
- Pues…
“Pues” es una palabra ambigua y es mejor que me entere de lo que pasó.
- Papá, voy a pasar.
Con precaución, empujo la puerta que obstruye la visibilidad. Es entonces cuando lo encuentro tendido en el suelo, completamente acostado. Por un extraño instante, me hace pensar en Tutankamón.
- No quería que te preocuparas, por eso no quería que vinieras…
Como puedo, lo ayudo a incorporarse. Poco a poco, entre ambos, lo vamos desplazando. Parece un enorme cangrejo. Alcanzamos la cama y conseguimos que se siente ahí. Se contempla al espejo que tiene enfrente y se dice, por lo bajo:
- Pendejo.
Ya enfrentaremos la espera en urgencias, los ajustes a la rutina, la búsqueda de una nueva estabilidad. Por lo pronto, escucharlo siendo él me tranquiliza, a pesar de la escena.
Tengo cuarenta y ocho años. Papá tiene noventa y dos. Hace tiempo que soy responsable de su bienestar.