Por Beatriz Maruri Aguilar
El cuarto de baño es un lugar delicado,
donde los gérmenes pueden florecer de manera cuasi-espontánea, una vez que han abandonado
nuestros cuerpos por alguna de tantas vías posibles. Independientemente de eso,
la textura antiderrapante de nuestro baño magnifica las huellas que se acumulan
con los días y les da el aspecto de los restos de una pelea entre dos ratas
enlodadas.
¡Guantes a las manos, y manos a la obra! Lo
primero es juntar los materiales. Ya están listas las fibras: una para el
lavabo, otra para el azulejo de la ducha y otra más, destinada a lavar el
interior del inodoro. También hay que llevar el cepillito para tallar
vigorosamente las esquinas del interior y el exterior de la ducha, donde los
hongos campean intensamente apenas me descuido. ¿Qué más? Ah, sí, la escoba, el
cepillo de mango largo para tallar el piso, el jalador para desviar el agua
jabonosa dentro de la ducha, y el trapeador bien seco. Va a terminar
escurriendo, pero orita está seco. Ya casi estamos, solamente falta el spray
anti-hongos, un balde de mediano tamaño con solución jabonosa –hecha con alguno
de esos productos cuya apariencia pone a temblar hasta a la mugre más necia-,
una cubeta con agua limpia, dos trapos secos –uno para el mobiliario de baño y
otro para los anaqueles-, un baldecito para cada una de las fibras
anteriormente mencionadas, y el tubo de detergente en polvo arranca-todo.
Para emplear semejante equipamiento en un
cuarto más bien pequeño, hay que emplear una estrategia cuasimilitar. Si lo
meto todo al interior del baño, me quedaría afuera. Entonces, voy por partes. Primero,
hay que barrer bien el piso. Pero antes de eso, hay que desocupar lo más que se
pueda el área, así que van para afuera el bote de la basura, el banquito, la
sillita y el tapete, y a barrer. Una vez que se ha juntado el polvo y las
partículas que salen de cualquier cuarto de baño, caigo en la cuenta de que no
traje el recogedor. Voy por él y aprovecho para traer algunos de los otros
implementos que se van a emplear a continuación: las fibras con sus baldes, el
agua jabonosa, el spray antihongos, el tubo de detergente en polvo
arranca-todo, el cepillito y el jalador. Como no puedo con todo, doy dos
viajes. Al regreso del segundo, me percato de que olvidé el recogedor y debo ir
a traerlo. Mientras tanto, el perro aprovechó que la puerta del baño estaba
abierta, entró a inspeccionar y esparció el montoncito de partículas que ya
estaba junto a la puerta. Lo vuelvo a juntar, lo pongo en el recogedor y salgo otra
vez al lavadero, pues ahí está el bote grande de basura. Vacío su carga.
De regreso en el baño, dispongo los
implementos en el piso y me pongo a tallar el lavabo. Esto transcurre sin
novedades, ya que no está muy sucio y es sencillo enjuagarlo, pues tiene una
llave por donde sale el agua. Voy a seguir con la regadera, solo que me siento
algo incómoda de tener ahí adentro la fibra del lavabo enjabonada y sucia, así
que salgo con ella y con su baldecito, a enjuagarla al lavadero.
De regreso en el baño, seco el lavabo y
decido continuar con la ducha. Lo primero es aplicar el spray anti-hongos en
todos los lugares sospechosos. Mientras actúa –de acuerdo con lo que dice la
etiqueta del envase-, me pongo a tallar las paredes de la ducha con la fibra
respectiva, para después darle a los hongos, de rodillas, con el cepillito.
Entonces me doy cuenta de que no traje otro balde de agua para enjuagar la
ducha, así que salgo por él. Aprovechando, me llevo la fibra de la ducha con su
respectivo baldecito, a enjuagarla al lavadero.
De regreso en el baño, continúo con la
ducha. Afortunadamente traje el balde de agua limpia, y otro baldecito –que no
es ninguno de los que ya se han mencionado- para enjuagarla a baldazos. El agua
jabonosa corre felizmente, llevándose la mugre ¡y los hongos! Le ayudo al agua
a tomar su cauce por el desagüe, con ayuda del jalador. Decido continuar con el
inodoro, y vierto de golpe parte del contenido del balde de agua jabonosa en su
interior, para que la fuerza de ese vertido desaloje la taza y la deje llena de
jabón. En esas ando, cuando de pronto me doy cuenta de que en ese líquido va
inmersa la fibra de la ducha, y a punto está de desaparecer hacia un triste
destino. Consigo rescatarla justo antes de que tape la taza y considero imperativo
enjuagarla, así que salgo al lavadero a hacerlo.
De regreso en el baño, continúo con la
tallada del interior del inodoro, auxiliada por una poderosa dosis del tubo de
detergente en polvo arranca-todo -de esos que prometen acabar con cualquier
tipo de partícula mugrosa, por inverosímil, inmundo o complejo que sea su
origen-. Una vez que lo he tallado por dentro, por fuera, arriba y debajo, hay
que enjuagarlo. Me doy cuenta de que el balde para enjuagar ya no tiene agua
suficiente, y salgo al lavadero a recargarlo. Aprovechando, llevo conmigo la
fibra del inodoro y su baldecito respectivo, para enjuagarla de una vez.
De regreso en el baño, seco la taza y me
dispongo a lavar el piso, que sigue ocupado con el balde de agua jabonosa, el
spray anti-hongos, el tubo de detergente en polvo arranca-todo, el jalador y el
cepillito. Los saco y me percato de que el balde de agua jabonosa casi se ha
terminado, así que voy al lavadero a preparar otro poco. Ya que estoy ahí,
aprovecho y también preparo la cubeta de solución acuosa con limpiador
multiusos que huele a pino –dicen-, para el trance final. Aprovechando que las
fibras anteriormente enjuagadas ya están escurridas, las acomodo y las guardo.
De regreso en el baño, decido que antes de
lavar el piso, debo quitar el polvo de los anaqueles. Los desocupo, los limpio
y los vuelvo a acomodar. Ya no quiero salir tanto al lavadero, así que el trapo
que ocupé para esta tarea se queda guardado en el bolsillo de mi mandil. Ahora
sí, vierto agua jabonosa en el piso y lo tallo como si estuviera lavando el
suelo de una carnicería. Podría continuar inmediatamente con la trapeada, pero
prefiero sacar el cepillo de mango largo de una vez, enjuagarlo en el lavadero
y llevarlo a su lugar.
De regreso en el baño, empleo el trapeador
seco para recoger lo más que se puede el agua jabonosa del piso. Solo que
–razono- ni modo que lo exprima en la cubeta de agua limpia, así que salgo al
lavadero dos veces más a exprimirlo, antes de sumergirlo en el agua con
limpiador multiusos con olor a pino –dicen-, y emplearlo a fondo para dejar el
piso de la ducha, y el del resto del cuarto, limpios, relucientes, y perfumados.
Ya solo queda esperar a que sequen un poco para volver a meter el bote de
basura, la sillita, el banquito y el tapete. Mientras eso sucede, salgo al
lavadero a enjuagar y acomodar en su sitio el trapeador, la cubeta, el balde de
agua jabonosa, el jalador y el cepillito; también regreso a su sitio el spray
anti-hongos y el tubo de detergente en polvo arranca-todo.
De pronto, me percato de que en el bolsillo
de mi mandil todavía hay un trapo sucio y algo mojado…
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