jueves, 24 de marzo de 2016

¡Vamos a lavar el baño!

Por Beatriz Maruri Aguilar
     El cuarto de baño es un lugar delicado, donde los gérmenes pueden florecer de manera cuasi-espontánea, una vez que han abandonado nuestros cuerpos por alguna de tantas vías posibles. Independientemente de eso, la textura antiderrapante de nuestro baño magnifica las huellas que se acumulan con los días y les da el aspecto de los restos de una pelea entre dos ratas enlodadas.
     ¡Guantes a las manos, y manos a la obra! Lo primero es juntar los materiales. Ya están listas las fibras: una para el lavabo, otra para el azulejo de la ducha y otra más, destinada a lavar el interior del inodoro. También hay que llevar el cepillito para tallar vigorosamente las esquinas del interior y el exterior de la ducha, donde los hongos campean intensamente apenas me descuido. ¿Qué más? Ah, sí, la escoba, el cepillo de mango largo para tallar el piso, el jalador para desviar el agua jabonosa dentro de la ducha, y el trapeador bien seco. Va a terminar escurriendo, pero orita está seco. Ya casi estamos, solamente falta el spray anti-hongos, un balde de mediano tamaño con solución jabonosa –hecha con alguno de esos productos cuya apariencia pone a temblar hasta a la mugre más necia-, una cubeta con agua limpia, dos trapos secos –uno para el mobiliario de baño y otro para los anaqueles-, un baldecito para cada una de las fibras anteriormente mencionadas, y el tubo de detergente en polvo arranca-todo.
     Para emplear semejante equipamiento en un cuarto más bien pequeño, hay que emplear una estrategia cuasimilitar. Si lo meto todo al interior del baño, me quedaría afuera. Entonces, voy por partes. Primero, hay que barrer bien el piso. Pero antes de eso, hay que desocupar lo más que se pueda el área, así que van para afuera el bote de la basura, el banquito, la sillita y el tapete, y a barrer. Una vez que se ha juntado el polvo y las partículas que salen de cualquier cuarto de baño, caigo en la cuenta de que no traje el recogedor. Voy por él y aprovecho para traer algunos de los otros implementos que se van a emplear a continuación: las fibras con sus baldes, el agua jabonosa, el spray antihongos, el tubo de detergente en polvo arranca-todo, el cepillito y el jalador. Como no puedo con todo, doy dos viajes. Al regreso del segundo, me percato de que olvidé el recogedor y debo ir a traerlo. Mientras tanto, el perro aprovechó que la puerta del baño estaba abierta, entró a inspeccionar y esparció el montoncito de partículas que ya estaba junto a la puerta. Lo vuelvo a juntar, lo pongo en el recogedor y salgo otra vez al lavadero, pues ahí está el bote grande de basura. Vacío su carga.
     De regreso en el baño, dispongo los implementos en el piso y me pongo a tallar el lavabo. Esto transcurre sin novedades, ya que no está muy sucio y es sencillo enjuagarlo, pues tiene una llave por donde sale el agua. Voy a seguir con la regadera, solo que me siento algo incómoda de tener ahí adentro la fibra del lavabo enjabonada y sucia, así que salgo con ella y con su baldecito, a enjuagarla al lavadero.
     De regreso en el baño, seco el lavabo y decido continuar con la ducha. Lo primero es aplicar el spray anti-hongos en todos los lugares sospechosos. Mientras actúa –de acuerdo con lo que dice la etiqueta del envase-, me pongo a tallar las paredes de la ducha con la fibra respectiva, para después darle a los hongos, de rodillas, con el cepillito. Entonces me doy cuenta de que no traje otro balde de agua para enjuagar la ducha, así que salgo por él. Aprovechando, me llevo la fibra de la ducha con su respectivo baldecito, a enjuagarla al lavadero.
     De regreso en el baño, continúo con la ducha. Afortunadamente traje el balde de agua limpia, y otro baldecito –que no es ninguno de los que ya se han mencionado- para enjuagarla a baldazos. El agua jabonosa corre felizmente, llevándose la mugre ¡y los hongos! Le ayudo al agua a tomar su cauce por el desagüe, con ayuda del jalador. Decido continuar con el inodoro, y vierto de golpe parte del contenido del balde de agua jabonosa en su interior, para que la fuerza de ese vertido desaloje la taza y la deje llena de jabón. En esas ando, cuando de pronto me doy cuenta de que en ese líquido va inmersa la fibra de la ducha, y a punto está de desaparecer hacia un triste destino. Consigo rescatarla justo antes de que tape la taza y considero imperativo enjuagarla, así que salgo al lavadero a hacerlo.
     De regreso en el baño, continúo con la tallada del interior del inodoro, auxiliada por una poderosa dosis del tubo de detergente en polvo arranca-todo -de esos que prometen acabar con cualquier tipo de partícula mugrosa, por inverosímil, inmundo o complejo que sea su origen-. Una vez que lo he tallado por dentro, por fuera, arriba y debajo, hay que enjuagarlo. Me doy cuenta de que el balde para enjuagar ya no tiene agua suficiente, y salgo al lavadero a recargarlo. Aprovechando, llevo conmigo la fibra del inodoro y su baldecito respectivo, para enjuagarla de una vez.
     De regreso en el baño, seco la taza y me dispongo a lavar el piso, que sigue ocupado con el balde de agua jabonosa, el spray anti-hongos, el tubo de detergente en polvo arranca-todo, el jalador y el cepillito. Los saco y me percato de que el balde de agua jabonosa casi se ha terminado, así que voy al lavadero a preparar otro poco. Ya que estoy ahí, aprovecho y también preparo la cubeta de solución acuosa con limpiador multiusos que huele a pino –dicen-, para el trance final. Aprovechando que las fibras anteriormente enjuagadas ya están escurridas, las acomodo y las guardo.
     De regreso en el baño, decido que antes de lavar el piso, debo quitar el polvo de los anaqueles. Los desocupo, los limpio y los vuelvo a acomodar. Ya no quiero salir tanto al lavadero, así que el trapo que ocupé para esta tarea se queda guardado en el bolsillo de mi mandil. Ahora sí, vierto agua jabonosa en el piso y lo tallo como si estuviera lavando el suelo de una carnicería. Podría continuar inmediatamente con la trapeada, pero prefiero sacar el cepillo de mango largo de una vez, enjuagarlo en el lavadero y llevarlo a su lugar.
     De regreso en el baño, empleo el trapeador seco para recoger lo más que se puede el agua jabonosa del piso. Solo que –razono- ni modo que lo exprima en la cubeta de agua limpia, así que salgo al lavadero dos veces más a exprimirlo, antes de sumergirlo en el agua con limpiador multiusos con olor a pino –dicen-, y emplearlo a fondo para dejar el piso de la ducha, y el del resto del cuarto, limpios, relucientes, y perfumados. Ya solo queda esperar a que sequen un poco para volver a meter el bote de basura, la sillita, el banquito y el tapete. Mientras eso sucede, salgo al lavadero a enjuagar y acomodar en su sitio el trapeador, la cubeta, el balde de agua jabonosa, el jalador y el cepillito; también regreso a su sitio el spray anti-hongos y el tubo de detergente en polvo arranca-todo.

     De pronto, me percato de que en el bolsillo de mi mandil todavía hay un trapo sucio y algo mojado…

No hay comentarios.:

Publicar un comentario