Systema Naturae de Linneo, en su edición original, es un libelo de pocas hojas de extensión, no más grueso que una revista. Es de gran formato -mide tal vez unos 30 centímetros de ancho por 45 o 50 de alto, y la razón del tamaño es que, de esa manera, con el volumen abierto, es posible apreciar las clasificaciones completas, tal como fueron propuestas por el autor, y con los respectivos listados de organismos pertenecientes a cada una. Esto es conveniente para cerebros como el mío, que tiene que ayudarse de mapas visuales y herramientas de ese tipo. La clasificación que diseñó el Príncipe de los Botánicos inicia con las rocas y los minerales, para después pasar a los seres vivientes. El número de estambres en la flor separa a los grandes grupos de plantas. Con los animales, el Segundo Adán se guio por otro tipo de criterios y el resultado es que los vertebrados no están agrupados tal como se conciben actualmente, sino que los mamíferos están separados de reptiles y de aves. En todo caso, esta obra, aún con esos detalles, es el cimiento de las grandes disciplinas de la biología, piedra toral de la taxonomía, y me conmueve profundamente estar en presencia de un ejemplar de esta primera edición, verlo con mis propios ojos, hojearlo, leerlo. Quizás no éste, pero sí alguno de la misma edición, fue repasado por el propio autor una y otra vez. Los libros de gran formato -como éste- se encuentran en estantes especiales donde permanecen acostaditos, posición que es la más apropiada para su preservación.
Systema Naturae, obra toral de la biología moderna. Primera edición, 1785.
Fotografía de La vieja enrebozada.
Fotografía de La vieja enrebozada.
Acerca de las técnicas de imprenta, el recorrido es una delicia que me ilustra sobre la evolución de la tipografía -en los albores de la letra impresa, poco después de Gutenberg- la tipografía para títulos era ornamentada y coloreada manualmente. El procedimiento respecto al texto poco fue cambiando en sus principios generales, a lo largo de aquellos primeros años de la imprenta. Cierto es que los tipos sí fueron evolucionando y los materiales de encuadernado e impresión también. En aquellos albores del libro, se empleaban materiales como velum, de origen animal, de manera cotidiana en algunas partes más duras, como las pastas. Cabe recordar que este velum todavía era empleado para imprimir títulos profesionales hace poco.
Tal vez la evolución más interesante fue la de la técnica para imprimir los grabados e ilustraciones. En un principio, se emplearon sellos de madera grabada y entintada, cada uno los cuales contenía toda la ilustración a representar. Este proceso laborioso empleaba a dos artistas: aquel que trazaba el dibujo, y aquel que grababa la madera. Un sello de esos se conserva aquí. Es un bloque grabado, hecho de madera de pera. Estos sellos de madera, al requerir tanto trabajo para su elaboración, eran empleados en diferentes ediciones -tuvieran o no que ver con la botánica, en el caso de los que representaban plantas-. Posterior a eso, vino el empleo de láminas de cobre grabadas a mano con punzones de metal y que eran empleadas de dos maneras: a modo de guía sobre la cual el papel era presionado para transferir la imagen, o por medio de un baño de barniz o tinta especial que después era “revelado” con algún disolvente que dejaba entintadas solamente las partes grabadas. Se oye sencillo, pero cuando uno se pone a observar con detalle esos grabados -ahora entiendo muy bien porqué en libros más viejitos se refieren a las ilustraciones como grabados- puede ver que las sombras están logradas por medio de muchísimas rayitas paralelas, trazadas a una distancia uniforme unas de otras, cuyo patrón cambia y se densifica -o al revés- según se representen tallos, frutos, semillas con mayor o menor volumen; cornamentas, patas, plumas, crestas, siluetas ondulantes; o inclusive rostros, ropajes, pelucas. En algunos libros, la primera parte incluye los grabados del propio ilustrador y del grabador como un justísimo reconocimiento a una labor tan notable y tan extenuante. Probablemente efectuar los grabados de un solo libro era la labor de una vida. Respecto del color, durante las primeras centurias la técnica para aplicarlo era acuarela. Posteriormente vino la impresión con tintas de color, que hacen que la ilustración se “funda” con el papel, a diferencia de las efectuadas a mano, que parecen “saltar” de la página, pero para eso tuvieron que pasar -otra vez- centenas de años. Otro dato relevante es que en no pocas ocasiones se puede apreciar que las pastas de estos hermosos libros -compendios de vida natural, enormes mamotretos algunos, varios sin mucho ton ni son en cuanto a la lista de organismos…recordemos que son pre-Linneanos-, eran reforzadas con hojas de otras ediciones, en las pastas interiores.
Tratándose del velum anteriormente mencionado, este era inclusive vuelto a emplear en las pastas exteriores, con todo e impresiones originales. Es singular ver en las tapas interiores de un tratado de plantas, trozos de himnos religiosos, por ejemplo; pero esto quiere decir que ya desde los tiempos de Gutenberg, cuando producir un libro era tarea muy tardada, se tuvo la visión de volver a emplear el papel en nuevas ediciones. Si ellos reciclaban, nosotros, que a diario desperdiciamos hojas en trazos y párrafos inútiles ¿por qué no hemos de hacerlo?
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