5. Subo la ladera del cerro. Estoy cansada y
desanimada. He pasado gran parte de la mañana contando células al microscopio. Aunque
ya no me mareo, aún me canso un poco. Además de afinar mis habilidades con
dicho instrumento, he de reunir más datos para efectuar un análisis estadístico
suficiente para una tesis de licenciatura. Bueno, mientras los nuevos lotes de
composta están listos, tiempo me sobrará para contar una célula tras otra.
Mientras atravieso la explanada, rodeando la enorme fuente cuadrada, pienso en
esas semanas que demorará que la micro biota del suelo descomponga los
desechos, cuidadosamente separados a mano, de la muestra de basura obtenida de
la estación de transferencia municipal.
Por ahí he de recomenzar. Por separar la basura, armar
la pila y cuidar que el proceso de fermentación aerobia tenga lugar. Ya llegué a
la esquina que me han asignado, en un rincón del jardíncito situado en la parte
posterior del edificio de Rectoría, a afrontar la tarea de volver a armar las
dos pilas existentes con un buen inóculo de
desechos-sólidos-domésticos-municipales.
En medio del mar de bolsas de basura, con mi refresco
favorito en la mano, está esperándome Papá para ayudarme. Sonríe al verme
aparecer.
Tengo veintidós años. Papá tiene sesenta y cinco, y
acaba de jubilarse. Ha ingresado a estudiar carpintería en el Instituto de
Artes y Oficios de Querétaro.
(De la Serie "Instantes con mi Padre", escrito por Beatriz Maruri Aguilar)
(De la Serie "Instantes con mi Padre", escrito por Beatriz Maruri Aguilar)
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