viernes, 3 de marzo de 2017

Subo la ladera del cerro.

5. Subo la ladera del cerro. Estoy cansada y desanimada. He pasado gran parte de la mañana contando células al microscopio. Aunque ya no me mareo, aún me canso un poco. Además de afinar mis habilidades con dicho instrumento, he de reunir más datos para efectuar un análisis estadístico suficiente para una tesis de licenciatura. Bueno, mientras los nuevos lotes de composta están listos, tiempo me sobrará para contar una célula tras otra. Mientras atravieso la explanada, rodeando la enorme fuente cuadrada, pienso en esas semanas que demorará que la micro biota del suelo descomponga los desechos, cuidadosamente separados a mano, de la muestra de basura obtenida de la estación de transferencia municipal.
Por ahí he de recomenzar. Por separar la basura, armar la pila y cuidar que el proceso de fermentación aerobia tenga lugar. Ya llegué a la esquina que me han asignado, en un rincón del jardíncito situado en la parte posterior del edificio de Rectoría, a afrontar la tarea de volver a armar las dos pilas existentes con un buen inóculo de desechos-sólidos-domésticos-municipales.
En medio del mar de bolsas de basura, con mi refresco favorito en la mano, está esperándome Papá para ayudarme. Sonríe al verme aparecer.

Tengo veintidós años. Papá tiene sesenta y cinco, y acaba de jubilarse. Ha ingresado a estudiar carpintería en el Instituto de Artes y Oficios de Querétaro.

(De la Serie "Instantes con mi Padre", escrito por Beatriz Maruri Aguilar)

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