Hoy desperté con las energías del jueves. Desayuné piña, jugo, pan con aguacate y aceite de oliva y semillas. Podría haber sido un martes cualquiera. Ataqué mis pendientes de home-office con la objetividad del lunes, avanzando en la redacción de ese artículo que a ratos más bien parece capítulo, y luego ya de plano es un folleto, pero me atoré en un tema como a veces me suele pasar en viernes, en que me doy cuenta que mi avance es como el del nadador en un lago de melaza. Apunté la bibliografía que voy a revisar mañana lunes, que es cuando estoy más concentrada. Como ya estaba algo cansada, me fui derechito a la cocina a cocinar como cada domingo, y como el caldito estaba rico, y la limonada estaba fría, de pronto ese rato me dio sabor de sábado. Pero a la hora de pasar por el comedor, me di cuenta de que los muebles tienen el polvo característico de los miércoles. Decidí dejar para mañana domingo lo del quehacer. No me gusta mucho ese día para la trapeada, pero ya se me fue la semana entera, no supe ni en qué. ¿O qué, todavía no termina? No importa. Ojalá mañana sea lunes, o su equivalente en mi estado de ánimo, que suene estar bueno casi todos los días que no sean jueves.
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