domingo, 26 de julio de 2020

Imprevisto a la leña.

De la nada, hoy cocinamos una micro-parrillada que nada tuvo que pedirle a una comilona para muchos comensales. Al mediodía decidimos que comeríamos a la parrilla y, exceptuando el pollo, todo lo demás se preparó improvisando con ingredientes que había en la despensa y el refrigerador. Además de quedar rica, nuestra comida nos brindó un momento muy agradable, lo que se aprecia mucho a estas alturas de este 2020, tan desconcertante. Van los tips:

La ensalada:
Ingredientes: Hojas de espinaca "baby", jitomate saladette en trozos pequeñitos (sin semillitas), queso fresco en trozos pequeños, y vinagreta de albahaca (una cucharada de vinagre de vino por cada cuatro de aceite de olivo, y dos pizcas de albahaca fresca). Para servirla: Llevar todos los ingredientes a la mesa y justo antes de servir, integrarlos con ayuda de unos cubiertos para ensalada.
 
La marinada para el pollo:
Ingredientes: Media cebolla finamente picada, tres dientes de ajo, dos varas de romero seco, jugo de medio limón, 1/8 de cucharadita de pimienta negra recién molida, una cucharadita de sal, y un cuchara grande de aceite de oliva. Se prepara machacando los ajos en el molcajete, y añadiendo ahí el romero, el jugo de limón, la pimienta y la sal. Ya que está integrado, se añade a la cebolla picada junto con el aceite, y se mezcla. Se embadurna sobre seis piezas de pollo bien lavadas, y se deja reposar cuanto rato sea posible en el refrigerador, cubierto con una servilleta de tela.

Para asar el pollo:
Conviene que el experto haya iniciado la lumbre un rato antes, para que los palos ya estén algo consumidos, de modo que el calor sea constante pero el fuego ya no esté tan vivo. Si no, el pollo se chamusca por fuera, y queda crudo por dentro. Ya estando la lumbre mansita, las piezas se ponen directo sobre la parrilla, que fue previamente limpiada con una cebolla partida a la mitad. Con el pollo no caben los términos; esta carne debe cocerse bien, pero no hay que desatenderla. Debe quedar bien cocido, crujiente por fuera y jugoso por dentro.

El twist del pollo:
Se me "desvistieron" los muslos de pollo, pero no deseché la piel. Le di una forma regular, la unté con marinada, y se asó para obtener "crujiente de piel de pollo". Cierto que no es lo más sano; pero tampoco es de todos los días, así que, sin remordimientos.

A emplatar:
Una ración de ensalada recién preparada, una pieza de pollo recién salida de la parrilla, y para complementar, una porción de quinoa recién cocida (una taza de quinoa en dos tazas de agua hirviendo, durante 15 minutos), que me sacó del apuro de no tener arroz ya hecho, ni tiempo para prepararlo. El plato estuvo tan rico como se ve.

Por supuesto, una parrillada no puede acompañarse de otra cosa más que de una cervecita bien fría. ¡Salud!

¿Y el postre?
Afortunadamente había helado en el congelador, buen término para una comida que, si bien no fue pantagruélica, sí nos dejó muy satisfechos.

El ambiente:
Sencillo y gratificante, con una pizca de creatividad, y disposición a pasarlo bien. El detalle final: la música, insustituible en toda parrillada que se respete. ¡Buen provecho!



sábado, 18 de julio de 2020

Rendez-vous inesperado.

Por Beatriz Maruri Aguilar.

Había pasado tantas veces por la esquina en la que desemboca esa plazoleta, que aquella tarde lluviosa no prestaba atención a los detalles que me rodeaban. El café de siempre, adornado en su pared del fondo por una ilustración algo infantil de un naranjo, seguía estando en pie. Mi mente divagó un momento a días pasados, cuando ese lugar era el punto de reunión y disfrute de charla con amigos, y las responsabilidades de la vida todavía no eran tan absorbentes. No aminoré el paso con el recuerdo, pero divisar la figura solitaria de mi abuela, sentada a una mesa sombreada y disfrutando una taza de café, fue lo que me detuvo en seco. Era un encuentro insólito: mi abuela lleva muerta casi veinte años.

Ella mostraba un gesto natural, con el sosiego de quien acaba de verte la víspera. Enfundada en ese suéter azul de tantas tardes y con su característica media sonrisa se dirigía hacia mí, que todavía desconcertada, tartajeaba entre gozosa y estupefacta:

- ¡Abuelita! Pero ¿Cómo es esto? ¿Qué haces aquí?

No alcancé a escuchar su respuesta, pues de pronto divisé que desde otra mesa, alguien me hacía señas. Si la presencia de mi abuela muerta era impactante, este otro encuentro era demencial. No creo haber podido controlar mi voz ni mis gestos, y de inmediato abandoné a abuelita, cruzando las pocas zancadas que separaban las mesas con los ojos desorbitados, y el gesto desencajado.

Todo era exactamente igual. La estatura, el color del pelo, las canas ya visibles. El rostro anguloso, la mandíbula cuadrada, la forma de los dientes. La boca ladeada al sonreír, los hoyuelos alargados en las mejillas, los lunares, los ojos, la forma de enchuecar la boca…hasta los marcos de las gafas que, por supuesto, traía puestas. Ella esbozaba el gesto divertido de quien ha tomado por sorpresa a su víctima, y disfruta con ello. 

En un instante, a mi mente acudieron cien ideas. -No puede ser, pensaba. -Todo este tiempo me  han mentido, me dolía. Mientras llegaba apresuradamente a la mesa en la que mi interlocutora ya se ponía de pie, un torrente de preguntas alcanzó mi boca, antes de que mi mente consiguiese contenerlas u organizarlas.

- ¡¿Cómo es esto posible?! ¿Dónde has estado? ¿Por qué nunca me dijeron? ¿Quién eres?

Ella solo sonreía, y nada contestaba. De cerca, sí había una diferencia pequeña: las cejas un poco menos pobladas. Hice un nuevo intento, pensando que si la cifra era la esperada, ya no cabría duda alguna:

- ¡¿Cuántos años tienes?! -Ella solo se encogió de hombros, y replicó sencillamente:
- Eso, ¿Qué importa? -Otra vez la sonrisa ladeada, los hombros encogiéndose-.
- ¡Por Dios! ¡Soy yo! ¡Es idéntica a mí!
- ¡Claro! - Comenzaba a responderle- ¿Qué importa la edad? Tienes razón….

Y de pronto, el despertador sonó. Inmisericordemente.

domingo, 12 de julio de 2020

Un procedimiento de rutina (Parte 3. Última).

Por Beatriz Maruri Aguilar.

Habiendo pensado que para el estudio se necesitan tres elementos, no deja de sorprenderse un poco cuando ve que, en realidad, serán al menos cinco: el especialista, otro médico, la estudiante de medicina, el equipo para realizar el estudio, y ella. En fin, ya está aquí y no es cosa de amilanarse por un bulto de más o de menos adentro del consultorio, ni por la aparente falta de ganas de esos bultos de dejarle un poco de privacidad, para que pueda prepararse; lo que importa es que no haya otro bulto, más dañino, en su organismo. 
- ¿Será que la privacidad del paciente no es un valor en las instituciones de salud pública? 
Afortunadamente, tantos años nadando en albercas de distinto calibre le han dado cierta práctica de contorsionista que puede desvestirse y vestirse dentro de una bata, o de una toalla, y esa experiencia acude a aligerarle el momento, francamente embarazoso. Se ayuda a pasar el trance repasando el mantra que, otra vez, acude a su mente: 
-Lo importante es que hoy, y aquí, salga el estudio. 
No es la primera vez que pasa por un ultrasonido mamario y conoce bien el protocolo y los pasos. En esta ocasión, la novedad es la voz extremadamente ronca, y suave, del especialista. Tiene que aguzar el oído para escuchar bien que son quistes, y que no hay apariencia de malignidad; que el año siguiente, nuevamente, habrá de realizarse mastografía y ultrasonido, para seguir estando en control.

De regreso en la calle, suspira aliviada. Un año, dijo el galeno.


Un procedimiento de rutina (Parte 2).

Por Beatriz Maruri Aguilar.

-Señorita. Perdone que pregunte otra vez, ¿están realizando los estudios?
-Sí. Por favor tenga paciencia. Hay 3 personas antes que usted.
-Claro, gracias. 
-Qué sope soy. La cita abierta no significa que tengan la alfombra roja puesta para recibirme cuando llegue, ¡quiere decir que así como yo, hay otras personas en esta situación urgente! En fin, no hay más que esperar…
- ¡Petra Perez!
-Ahí va Petra Pérez. ¿Sentirá la misma aprensión que yo? ¿Cuáles son, de esta sala, las demás mujeres que están en mi misma situación? ¿Porqué no nos desenmascaramos y hablamos un poco de nuestros temores? Quizás sería de mayor ayuda que el estar hojeando y des hojeando un libro, como yo. O navegando en el celular, como aquella. O reverberando el delgado hilo de crochet con un ganchillo, como esta. O como esta otra, que cruzó conmigo una media sonrisa y después clavó la vista en el cartel que explica las medidas profilácticas de la hipertensión. Veo que todas estamos en plena madurez; es irónico -pero no inexplicable desde el punto de vista biológico- que en la edad más productiva es cuando comiencen a asomarse en el horizonte las sombras del deterioro.  Y después de Juana Pérez, viene Luisa López y luego Ana Antúnez y todas tardan bastante… ya mero me toca, ya mero. 
-Usted, ¡por favor!
- ¿Ya…? ¡Ya! Vamos pues, por estos pasillos ocultos tras los mostradores… qué ajetreados se ven todos los empleados administrativos y de salud. Ninguno me devuelve la sonrisa, ¿será que todos están tan necesitados de una sonrisa, que aquella que se les brinda es sujetada con tal firmeza que impide hacer una retribución en la misma moneda? A saber. Hoy no me sobran las sonrisas, pero creo que justo hoy es cuando debo hacer un dispendio de estas: nunca se sabe cuándo una sonrisa de más, o de menos, es la diferencia en la atención de las instituciones públicas. Casi todo es magro en las instituciones de salud pública, pero lo importante es que hoy y aquí, salga el estudio. Para ello, se necesita un especialista, un equipo y un paciente; tras esa puerta, seguramente están los dos elementos restantes.

Un procedimiento de rutina (Parte 1).

Por Beatriz Maruri Aguilar.

-Qué sencillo lo dicen.
 Pensaba, mientras se daba cuenta de que estaba despierta sin que hubiese sonado el despertador. Consciente, lista para saltar de la cama.
-A la primera señal de cualquier bulto anormal, acuda a su médico. 
Eso es lo que la lógica de supervivencia sugiere, sin tomar en cuenta otro componente primitivo de la psique: el miedo, alimentado por historias escuchadas a lo largo de la vida, de personas sanas e iban por ahí haciendo planes, riendo, hablando, actuando, hasta que alguien con una bata blanca les decía que estaban al borde de la tumba y tenían que aprovechar el poco tiempo que les quedaba.
-Lo bueno es que en cuanto suene el despertador me podré levantar sin problema, dado que estoy tan despierta. Si tan solo la cama no fuese tan tibia y confortable. Maldita sea, son apenas las doce con cincuenta y un minutos. ¿A qué hora apagué la luz? Hace escasas dos horas, y aquí estoy, más despierta que un gallo a punto de cantar. 
Las horas de insomnio dan a la mente un lienzo en blanco para que dé vueltas y revueltas a una idea: el cuerpo como una bomba de tiempo. La compara a un viaje a bordo de una nave que puede autodestruirse en cualquier momento, pese a que cada día pasa los protocolos de rutina. En el caso de su cuerpo, repasemos la lista: ¿Horas de sueño suficientes? -No siempre. Hoy, por ejemplo. ¿Alimentación sana y equilibrada? -Pongamos que sí, tres comidas y dos colaciones. Ayuda un poco que por alguna razón, no engorda con nada. Siguiente: ¿suficiente agua durante el día? -Pues… en invierno no mucho, no ayuda que haga frío, y el agua se siente como si se deslizase por una tubería de lata. ¿Deporte suficiente? -Quizás… media hora diaria de caminata, y una hora o dos horas semanales dando vueltas en la alberca. ¿Buen manejo del estrés? -Este… ¿podemos omitir esa pregunta? No; es necesario contestarla, dice el centinela que mantiene alerta a la conciencia. -Pues… no hay que analizar mucho para saber que no es tan bueno, y para prueba, este momento: despierta como un búho a la una de la mañana; pero cuando llegue el momento de levantarse, la cabeza estará tan pesada como si le hubieran zambutido una paca de algodón entera.
En fin, no hay más que enfrentarse al sistema de salud pública, que es lo suficientemente bueno como para costear dos estudios casi consecutivos que eliminen -o confirmen, ¡diablos! - la posibilidad de un pasajero indeseable a bordo; ¿porqué de repente algunas células pierden el control y empiezan a dividirse como alma que lleva el diablo? Seguramente los procesos que regulan ese descontrol son fascinantes; pero, a decir verdad, ella no querría contribuir a su estudio.
¡Ya es mañana! El despertador lo declara con su nota periódica, ascendente, indiferente, implacable. Poco sabe el aparatejo si descansó o no; avisa que, esté como esté, va para arriba. Hay que ir al procedimiento de rutina.