La chicharra del despertador suena. Una descarga se produce en tu cerebro, donde se activa algún centro específico que te arroja inhumana, inmisericordemente, a la vigilia. Súbitamente eres consciente de una serie de necesidades que segundos antes, sumido en un profundo sueño, eran mantenidas como algo "que puede esperar" por el cerebro.
Pero nada, has despertado y el organismo empieza a presentar su lista de requerimientos con una precisión casi tan chocante como la del secretario chupatintas que persigue a su jefe libreta en mano, recordándole a cada instante su agenda, repleta de compromisos ineludibles.
-Señor, aquí tengo sus primeros compromisos para esta mañana: tiene que beber agua a la inmediatez posible porque sus niveles de electrolitos están descendiendo; a decir verdad, tendría que comenzar a ingerir alimentos variados también, para ayudar a reestablecer estos niveles que le acabo de mencionar. De no hacerlo así, quizás tengamos que hacerle frente a un calambre. También noto algo de movimientos en su intestino y por la intensidad que tienen, creo que debería desalojar los gases que están en la porción final del colon y el recto, para que así el contenido intestinal se acomode y pueda usted liberarlo. Para aprovechar el tiempo de esta saturada mañana, me permito recomendarle que vacíe también la vejiga. Probablemente quiera usted también quitarse esas lagañas que se le han formado en las comisuras de los ojos y que no le permiten abrirlos del todo. Pero antes de hacer todo eso, señor, me temo que debe levantarse.
-¿Todo eso? ¿Porqué? ¿Al mismo tiempo? ¿Porqué al estar cómodamente dormido no tenía sed ni hambre, ni ganas de pasar al baño, ni incomodidad por las lagañas, ni me daba cuenta de que tenía la pierna colocada en un ángulo tal que al menor movimiento me va a dar un calambre infernal? ¿No sería mejor haber seguido durmiendo?
-Seguramente señor, pero su despertador ha sonado y...
-Oh, si. Claro. El maldito despertador. ¡Pues no me quiero levantar ahora y voy a dormir "cinco minutitos" más!
-Señor, creo que debería levantarse ahora porque si no se puede...
-No me repitas todo lo que tengo que hacer. Dormiré "cinco minutitos" más.Y para que no digas que soy indolente, puedo adelantar algo ahora mismo: liberaré esos gases que me dices.
-Muy bien, señor.
Los "cinco minutitos" deberían ser colocados en una categoría semejante a la del edén pero sin serpiente que venga a uno a decirle que se coma una manzana para poder ser tan sabio como el Creador. Placentero como pocos instantes del día, es el momento en que más se da uno cuenta de la suavidad y confort de la cama, de cuan a gusto se encuentra uno completamente estirado, en la posición perfecta -no me dejarán mentir: al inicio de la noche a veces cuesta acomodarse, pero en la mañana siempre está uno completamente cómodo-, de cuan bella es la penumbra que poco a poco empieza a disiparseatravesdelascortins...zzz-zzzzz-zzz....
Este permiso, a todas luces temerario, es un acto de autoindulgencia que suele salir caro. Sale caro porque esos "cinco minutitos" suelen volverse media hora, o cuarenta y cinco minutos, o sesenta; y entonces sí, la siguiente vez que viene el secretario a enlistar sus pendientes, de los tres que eran prioritarios, dos de ellos son urgentes:
-Señor, tiene usted que pasar al baño YA, beber agua YA y sobre todo, estirarse porque...
-Aaaaaaawwwwwwwwwwwwwrrrgh! Mi pierna! Chin! Ya se me hizo tarde!
-En efecto, señor.
Y entonces sí, a salir corriendo.
-¿Todo eso? ¿Porqué? ¿Al mismo tiempo? ¿Porqué al estar cómodamente dormido no tenía sed ni hambre, ni ganas de pasar al baño, ni incomodidad por las lagañas, ni me daba cuenta de que tenía la pierna colocada en un ángulo tal que al menor movimiento me va a dar un calambre infernal? ¿No sería mejor haber seguido durmiendo?
-Seguramente señor, pero su despertador ha sonado y...
-Oh, si. Claro. El maldito despertador. ¡Pues no me quiero levantar ahora y voy a dormir "cinco minutitos" más!
-Señor, creo que debería levantarse ahora porque si no se puede...
-No me repitas todo lo que tengo que hacer. Dormiré "cinco minutitos" más.Y para que no digas que soy indolente, puedo adelantar algo ahora mismo: liberaré esos gases que me dices.
-Muy bien, señor.
Los "cinco minutitos" deberían ser colocados en una categoría semejante a la del edén pero sin serpiente que venga a uno a decirle que se coma una manzana para poder ser tan sabio como el Creador. Placentero como pocos instantes del día, es el momento en que más se da uno cuenta de la suavidad y confort de la cama, de cuan a gusto se encuentra uno completamente estirado, en la posición perfecta -no me dejarán mentir: al inicio de la noche a veces cuesta acomodarse, pero en la mañana siempre está uno completamente cómodo-, de cuan bella es la penumbra que poco a poco empieza a disiparseatravesdelascortins...zzz-zzzzz-zzz....
Este permiso, a todas luces temerario, es un acto de autoindulgencia que suele salir caro. Sale caro porque esos "cinco minutitos" suelen volverse media hora, o cuarenta y cinco minutos, o sesenta; y entonces sí, la siguiente vez que viene el secretario a enlistar sus pendientes, de los tres que eran prioritarios, dos de ellos son urgentes:
-Señor, tiene usted que pasar al baño YA, beber agua YA y sobre todo, estirarse porque...
-Aaaaaaawwwwwwwwwwwwwrrrgh! Mi pierna! Chin! Ya se me hizo tarde!
-En efecto, señor.
Y entonces sí, a salir corriendo.
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