9. Hay una luz que recorre los pasillos de la casa,
pero que no logra llenar el demoledor vacío de su atmósfera, su tiempo, su
ambiente, su espacio. El hueco de mi estómago se ha trasladado al corazón y
recorro como autómata cada habitación intentando poner un nuevo orden en
espacios hasta ahora ocupados por medicamentos, suplementos alimenticios,
instrumentos de terapia, inhaladores, libros, revistas. Accesorios que de
pronto no tienen sentido, pero que han sido amigos, socios, cómplices de esta
última y dura temporada. Estaciono el concentrador de oxígeno en una esquina de
la habitación, ese compañero de los últimos meses que, abruptamente, guardó
silencio. Enrollo el largo tubito transparente que lleva a las puntas nasales,
opacas por el uso, y contemplo el humidificador, todavía a medio llenar. La
vista se me nubla.
Intento infructuosamente hacer oídos sordos al rumor
que proviene de la habitación vecina, donde la cama va llenándose poco a poco
de sacos, faldas, blusas, suéteres, vestidos que salen del closet, donde
estaban acomodados con el impecable orden de siempre.
Papá aparece en el umbral y en el tono que emplea cada
vez que quiere zanjar un conflicto, me dice:
-Yo creo que tú eres la que tiene que ceder.
No es esta frase lo que me ayuda a superar el momento,
sino el pensar que mi hermano que apila las pertenencias personales de Mamá
para entregarlas a la caridad, fue tan hijo de ella como yo. Y en dos días
regresará a su casa, océano de por medio.
Tengo treinta y nueve años
y Mamá ha muerto hace tres días. Papá tiene ochenta y tres y hace tres días que
ha enviudado.
(De la Serie "Instantes con mi Padre", escrito por Beatriz Maruri Aguilar)
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