jueves, 31 de marzo de 2016

Siete patios.

Por fin llegó la primavera! Lo digo con gozo porque el invierno estuvo largo, frío, y sobre todo, tenaz. Ya estaba avanzando el mes de marzo cuando nos seguía propinando algunos meteoros algo fuertes, aguanieve incluida. Pero finalmente, se ha ido -o eso creemos, falta que dentro de dos días caiga una helada-, y ha llegado el momento de disfrutar del aire libre en los jardines, patios, patios ajardinados. Husmeando un rato en la red me he encontrado con estas bellezas que espero les inspiren para transformar sus patios, sean grandes o pequeños, en lugares de encuentro y disfrute.








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Ladrad perros! O....¿ladradle al perro?

Existe un actor vocal llamado Rudi Rok -comediante, actor de voz y sobre todo, mente creativa, al decir de su sitio web-. Entre sus aptitudes, se cuenta la de poder reproducir muchos sonidos de animales, con una gran fidelidad.

Es sorprendente la semejanza que tienen los sonidos que Rudi Rok emite, con los que emiten los animales -por lo menos para mi oído humano-. Pero Rudi Rok quería comprobar si los perros podían distinguir su ladrido del ladrido de un perro real. Decidió hacer un experimento en el que trataba de realizar un pequeño experimento en las comunicaciones entre perros y humanos únicamente mediante ladridos.

Las reacciones de los canes son auténticas. Vean y juzguen, pero sobre todo, disfruten.



Panqué de choco-banana.

Una tarde descubrí en el frutero dos plátanos ya casi negros y sumamente suaves. Ni modo de tirarlos a la basura, así que puse manos a la obra y con algunos tropiezos –en pleno trance me di cuenta de que no tenía mantequilla en el refrigerador-, salieron estos panquecillos.

Va la receta: (1) Precalienten el horno a 180°C y preparen el molde o moldes que vayan a emplear; si son moldecitos individuales de panquecitos, lo mejor es emplear capacillos de papel. Si es un molde grande de panqué, entonces hay que enmantequillarlo y enharinarlo. (2) En un tazón grande, ciernan doscientos gramos de harina con una cucharadita de polvo de hornear y una cucharada colmada de cocoa. (3) Por separado, batan doscientos gramos de queso ricotta con tres cucharadas colmadas de azúcar. Cuando esté integrado, añadan dos huevos enteros y batan nuevamente, hasta que esté homogéneo. (4) A estos ingredientes líquidos, añádanle dos plátanos enteros, bien machacados con un tenedor e integren suavemente. (5) Añadan a la mezcla los ingredientes secos por cucharadas, integrando poco a poco –sin batir demasiado-. (6) Viértanla en el molde o  moldes y, ¡al horno!

Tiempo de horneado: Depende del molde y del horno. Si emplean toda la mezcla en un solo molde grande, probablemente se tarde unos 35 minutos. Yo emplee horno eléctrico y usé mitad y mitad, es decir, que la mitad de la mezcla la hice en moldecitos individuales, y la otra en un molde grande. En ambos casos, el tiempo de horneado fueron 25 minutos. Hay que dejarlos enfriar completamente antes de desmoldarlos o retirarlos de los capacillos.

El twist: A la mañana siguiente, corté el panqué grande en tiras y las metí nuevamente al horno a 120°C durante media hora. Esto les proporcionó una textura algo más crocante por fuera, preservando el relleno húmedo.

Otro twist: Yo no lo hice, pero se puede espolvorear los panqués con azúcar glass o bien, decorarlos con el glaseado tradicional (pero ya es mucha azúcar, ojo): media taza de azúcar glass bien batida con una cucharada de leche y cucharadas de agua, añadiéndolas una por una, hasta que tenga la consistencia deseada.

Listos para una taza de buen café! con panqué de choco-banana.

jueves, 24 de marzo de 2016

¡Vamos a lavar el baño!

Por Beatriz Maruri Aguilar
     El cuarto de baño es un lugar delicado, donde los gérmenes pueden florecer de manera cuasi-espontánea, una vez que han abandonado nuestros cuerpos por alguna de tantas vías posibles. Independientemente de eso, la textura antiderrapante de nuestro baño magnifica las huellas que se acumulan con los días y les da el aspecto de los restos de una pelea entre dos ratas enlodadas.
     ¡Guantes a las manos, y manos a la obra! Lo primero es juntar los materiales. Ya están listas las fibras: una para el lavabo, otra para el azulejo de la ducha y otra más, destinada a lavar el interior del inodoro. También hay que llevar el cepillito para tallar vigorosamente las esquinas del interior y el exterior de la ducha, donde los hongos campean intensamente apenas me descuido. ¿Qué más? Ah, sí, la escoba, el cepillo de mango largo para tallar el piso, el jalador para desviar el agua jabonosa dentro de la ducha, y el trapeador bien seco. Va a terminar escurriendo, pero orita está seco. Ya casi estamos, solamente falta el spray anti-hongos, un balde de mediano tamaño con solución jabonosa –hecha con alguno de esos productos cuya apariencia pone a temblar hasta a la mugre más necia-, una cubeta con agua limpia, dos trapos secos –uno para el mobiliario de baño y otro para los anaqueles-, un baldecito para cada una de las fibras anteriormente mencionadas, y el tubo de detergente en polvo arranca-todo.
     Para emplear semejante equipamiento en un cuarto más bien pequeño, hay que emplear una estrategia cuasimilitar. Si lo meto todo al interior del baño, me quedaría afuera. Entonces, voy por partes. Primero, hay que barrer bien el piso. Pero antes de eso, hay que desocupar lo más que se pueda el área, así que van para afuera el bote de la basura, el banquito, la sillita y el tapete, y a barrer. Una vez que se ha juntado el polvo y las partículas que salen de cualquier cuarto de baño, caigo en la cuenta de que no traje el recogedor. Voy por él y aprovecho para traer algunos de los otros implementos que se van a emplear a continuación: las fibras con sus baldes, el agua jabonosa, el spray antihongos, el tubo de detergente en polvo arranca-todo, el cepillito y el jalador. Como no puedo con todo, doy dos viajes. Al regreso del segundo, me percato de que olvidé el recogedor y debo ir a traerlo. Mientras tanto, el perro aprovechó que la puerta del baño estaba abierta, entró a inspeccionar y esparció el montoncito de partículas que ya estaba junto a la puerta. Lo vuelvo a juntar, lo pongo en el recogedor y salgo otra vez al lavadero, pues ahí está el bote grande de basura. Vacío su carga.
     De regreso en el baño, dispongo los implementos en el piso y me pongo a tallar el lavabo. Esto transcurre sin novedades, ya que no está muy sucio y es sencillo enjuagarlo, pues tiene una llave por donde sale el agua. Voy a seguir con la regadera, solo que me siento algo incómoda de tener ahí adentro la fibra del lavabo enjabonada y sucia, así que salgo con ella y con su baldecito, a enjuagarla al lavadero.
     De regreso en el baño, seco el lavabo y decido continuar con la ducha. Lo primero es aplicar el spray anti-hongos en todos los lugares sospechosos. Mientras actúa –de acuerdo con lo que dice la etiqueta del envase-, me pongo a tallar las paredes de la ducha con la fibra respectiva, para después darle a los hongos, de rodillas, con el cepillito. Entonces me doy cuenta de que no traje otro balde de agua para enjuagar la ducha, así que salgo por él. Aprovechando, me llevo la fibra de la ducha con su respectivo baldecito, a enjuagarla al lavadero.
     De regreso en el baño, continúo con la ducha. Afortunadamente traje el balde de agua limpia, y otro baldecito –que no es ninguno de los que ya se han mencionado- para enjuagarla a baldazos. El agua jabonosa corre felizmente, llevándose la mugre ¡y los hongos! Le ayudo al agua a tomar su cauce por el desagüe, con ayuda del jalador. Decido continuar con el inodoro, y vierto de golpe parte del contenido del balde de agua jabonosa en su interior, para que la fuerza de ese vertido desaloje la taza y la deje llena de jabón. En esas ando, cuando de pronto me doy cuenta de que en ese líquido va inmersa la fibra de la ducha, y a punto está de desaparecer hacia un triste destino. Consigo rescatarla justo antes de que tape la taza y considero imperativo enjuagarla, así que salgo al lavadero a hacerlo.
     De regreso en el baño, continúo con la tallada del interior del inodoro, auxiliada por una poderosa dosis del tubo de detergente en polvo arranca-todo -de esos que prometen acabar con cualquier tipo de partícula mugrosa, por inverosímil, inmundo o complejo que sea su origen-. Una vez que lo he tallado por dentro, por fuera, arriba y debajo, hay que enjuagarlo. Me doy cuenta de que el balde para enjuagar ya no tiene agua suficiente, y salgo al lavadero a recargarlo. Aprovechando, llevo conmigo la fibra del inodoro y su baldecito respectivo, para enjuagarla de una vez.
     De regreso en el baño, seco la taza y me dispongo a lavar el piso, que sigue ocupado con el balde de agua jabonosa, el spray anti-hongos, el tubo de detergente en polvo arranca-todo, el jalador y el cepillito. Los saco y me percato de que el balde de agua jabonosa casi se ha terminado, así que voy al lavadero a preparar otro poco. Ya que estoy ahí, aprovecho y también preparo la cubeta de solución acuosa con limpiador multiusos que huele a pino –dicen-, para el trance final. Aprovechando que las fibras anteriormente enjuagadas ya están escurridas, las acomodo y las guardo.
     De regreso en el baño, decido que antes de lavar el piso, debo quitar el polvo de los anaqueles. Los desocupo, los limpio y los vuelvo a acomodar. Ya no quiero salir tanto al lavadero, así que el trapo que ocupé para esta tarea se queda guardado en el bolsillo de mi mandil. Ahora sí, vierto agua jabonosa en el piso y lo tallo como si estuviera lavando el suelo de una carnicería. Podría continuar inmediatamente con la trapeada, pero prefiero sacar el cepillo de mango largo de una vez, enjuagarlo en el lavadero y llevarlo a su lugar.
     De regreso en el baño, empleo el trapeador seco para recoger lo más que se puede el agua jabonosa del piso. Solo que –razono- ni modo que lo exprima en la cubeta de agua limpia, así que salgo al lavadero dos veces más a exprimirlo, antes de sumergirlo en el agua con limpiador multiusos con olor a pino –dicen-, y emplearlo a fondo para dejar el piso de la ducha, y el del resto del cuarto, limpios, relucientes, y perfumados. Ya solo queda esperar a que sequen un poco para volver a meter el bote de basura, la sillita, el banquito y el tapete. Mientras eso sucede, salgo al lavadero a enjuagar y acomodar en su sitio el trapeador, la cubeta, el balde de agua jabonosa, el jalador y el cepillito; también regreso a su sitio el spray anti-hongos y el tubo de detergente en polvo arranca-todo.

     De pronto, me percato de que en el bolsillo de mi mandil todavía hay un trapo sucio y algo mojado…

miércoles, 16 de marzo de 2016

O.K., Kate.

Esta semana fue publicado en el semanario “Proceso”, un largo y detallado testimonio que la actriz mexicana –mejor dicho, mexicana-americana- Kate del Castillo escribe para dar cuenta de cómo fue que llegó a encontrarse con el señor Joaquín Guzmán Loera –mejor conocido como “El Chapo”-. Es una historia que había generado cierta expectación, por estar protagonizada por dos atractivos protagonistas: un fugitivo internacional, buscado por la Administración para el Control de Drogas (DEA) en Estados Unidos, fugado dos veces de cárceles de máxima seguridad en México, y una conocida actriz de larga trayectoria que se encontró con él, estando prófugo.

Kate del Castillo explica en esta larga reseña “los motivos del Chapo” para encontrarse con ella; el proceso novelesco por el que transitó desde el momento en que fue contactada por medio de un correo electrónico con un halo de misterio, hasta el de ser recibida por el capo en un lugar ignoto.

El relato está bien estructurado en el espacio y el tiempo; la cadena de hechos está bien hilvanada y la descripción de las atmósferas brinda cierta cantidad de detalles. No obstante, mi percepción general es que quien escribe –probablemente es ella misma- está contenido, que hay algo que le impide soltarse con libertad a narrar todo lo que aconteció. No es de extrañar.

Para leer la historia completa, clic aquí.


viernes, 11 de marzo de 2016

Mermelada de jengibre y manzana.

Otro invento con el jengibre. Estamos decididos a no soltarlo porque el invierno tampoco nos suelta. Con tanto frío, el organismo pide calorías y ni modo, hay que dárselas, eso sí, de la manera más sana posible. Qué mejor que esta aromática y confortante mermelada.
Va la receta! Laven, pelen -esto es opcional- y corten en porciones una porción mediana de raíz de jengibre. Pásenla por el rallador grueso, a que quede una taza. Pónganla a calentar con taza y media de agua y taza y cuarto de azúcar morena. Cuando suelte el hervor bajen la flama y dejen que hierva suavecito durante unos 30-35 minutos.
Cuando falten unos diez minutos para que se cumplan los 30-35 minutos del paso anterior, laven bien y corten en cuadritos muy muy pequeñitos dos manzanas de la variedad "red delicious". Vayanlos sumergiendo en una taza de agua con medio limón exprimido, para evitar que se oxiden.
Y añádanles con ayuda de una cuchara grande a la mezcla de jengibre con jarabe que hierve en la estufa. En este mismo paso, añadan una cucharadita de canela en polvo, mezclen bien y tapen para que siga hirviendo suavemente, otros veinticinco minutos.

Remuevan de vez en cuando con una pala de madera. Poco a poco esa mezcolanza se transformará en esta deliciosa, especiada mermelada que pueden untar en pan o galletas, añadir al yogur, a la fruta fresca...
El twist: Para una experiencia dizque "gourmet", combinen la mermelada, en un pan integral tostado, con rebanadas delgaditas de queso de cabra. Uuuuuuuuy.
Otro twist: Añadan nuez picada -no demasiado fina,  debe sentirse la textura- al final del cocimiento y mézclenla bien. Esos trocitos de nuez serán una grata sorpresa.
Buen provecho! Si alguien se anima a hacerla, cuénteme que le pareció por favor.

jueves, 10 de marzo de 2016

El aguamanil, ese bello acompañante.

Dedicado al Rancho San José.
El Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española define al aguamanil como un “Jarro con pico para echar agua en la palangana o pila donde se lavan las manos, y para dar aguamanos”. También acepta esta otra acepción: “Palangana o pila destinada para lavarse las manos”. En mi imaginario infantil, yo siempre concebí al aguamanil como el conjunto de ambas piezas, la jarra de asa alta y la palangana amplia, de cerámica vidriada, colocados discretamente en su base de herrería, al fondo del pasillo, con una toalla limpia colgando y la pastilla de jabón dispuesta en su platillo.
Ahora bien, la primera página de una libreta de tapas rojas que tengo en mi mesilla de noche tiene anotada una lista de palabras que me gustan. “Aguamanil” es una de ellas. Tiene un sonido armónico (aguama-nil), que me parece está en consonancia con lo que representa. Uno pronuncia la palabra y siente como sus vocales y consonantes fluyen, refrescan y confortan.
El vocablo “Aguamanil” me traslada a algunos momentos de mi infancia, en estancias breves en un hermoso casco, propiedad de familia querida. Tal vez por eso siento que esta palabra lleva encerradas en sus cuatro sílabas las costumbres de las familias de antes, cuyas casas a veces contaban solamente con una toma de agua en el exterior o cuando mucho, en la cocina. Pronuncio “aguamanil” y siento el cariño de los anfitriones que llevaban este sofisticado accesorio a la habitación del huésped como parte de los pertrechos para hacerla acogedora, tal vez junto con una gruesa vela en un candelero de bronce, una lámpara de aceite y cuidadas cobijas con aroma de encierro. Recuerdo el sosiego de las noches en el campo, solamente interrumpidas por el murmullo de algún insecto y por los ruidos discretos de alguien que se levantaba a atender alguna necesidad. Atisbo el recato de las anfitrionas, las señoras de la casa, que a la mañana siguiente cubrían la palangana con un paño limpio y almidonado, para llevarla así velada a verter su contenido en algún rincón secreto.
La evocación me ha producido unas enormes ganas de, algún día, tener el mío en la esquina de la recámara que comparto con mi esposo, como un hermoso detalle decorativo -las casas deben de ser bellas! y esto no quiere decir que deban ser lujosas-, evocador de tiempos pasados, remembranza de todas esas hermosas sensaciones de los días familiares…y estoy segura, también, servicial para ahorrar algo de agua en las abluciones matutinas.

viernes, 4 de marzo de 2016

Cocina acogedora.

Hace no mucho escuché decir a alguien que, para las familias y personas que no tienen riquezas acumuladas -por no decir "los que viven al día"-, la cocina es el lugar de reunión familiar por excelencia.
Puede que tenga razón. Imagine usted a los protagonistas de series de los años ochenta, como "Dinastía", o de perdida las hermanas Linares -las malas- de "Rosa Salvaje", discutiendo en la cocina. No, ¿verdad? Las discusiones de los ricos tienen glamour: son en el comedor, en el salón, o ya de plano con mucho caché, en la biblioteca, con los protagonistas elegantemente vestidos mientras se confiesan pecados tremebundos y se echan en cara reproches que sonrojarían al más pintado.
En fin, me estoy desviando del tema. El caso es que el resto de nosotros, los mortales, tenemos que darnos los buenos días, las buenas noches, las buenas noticias y las malas también mientras le movemos a los frijoles, lavamos los trastes o pasamos un trapo por n-ésima vez sobre las heroicas superficies de loza, cerámica, madera o formaica. Todo ello ataviados, claro está, con un cómodo delantal y unos zapatos viejos.
Será que paso tanto tiempo en la cocina, que me agrada ver fotografías e ideas para decorarla. No es que lo vaya a hacer....tal vez tampoco ustedes. Pero, aquí les dejo una pequeña selección de imágenes y sitios de internet para inspirarse y continuar haciendo de nuestras maravillosas cocinas el escenario digno de las trascendentales charlas de la vida cotidiana.





Mi favorita: la que era un establo y ahora es cocina!

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jueves, 3 de marzo de 2016

El perro cojo, poema de Manuel Benítez Carrasco.

Hermoso poema del español Manuel Benítez Carrasco, Granadino (1922-1999).
Normalmente quien menos tiene, es quien más da.

Con una pata colgando,
despojo de una pedrada,
pasó el perro por mi lado,
un perro de pobre casta.
Uno de esos callejeros,
pobres de sangre y estampa.
Nacen en cualquier rincón,
de perras tristes y flacas,
destinados a comer
basuras de plaza en plaza.
Cuando pequeños, qué finos
y ágiles son en la infancia,
baloncitos de peluche,
tibios borlones de lana,
los miman, los acurrucan,
los sacan al sol, les cantan.
Cuando mayores, al tiempo
que ven que se fue la gracia,
los dejan a su ventura,
mendigos de casa en casa,
sus hambres por los rincones
y su sed sobre las charcas.
Qué tristes ojos que tienen,
que recóndita mirada
como si en ella pusieran
su dolor a media asta.
Y se mueren de tristeza
a la sombra de una tapia,
si es que un lazo no les da
una muerte anticipada.
Yo le llamo: psss, psss, psss.
Todo orejas asustadas,
todo hociquito curioso,
todo sed, hambre y nostalgia,
el perro escucha mi voz,
olfatea mis palabras
como esperando o temiendo
pan, caricias...   o pedradas,
no en vano lleva marcado
un mal recuerdo en su pata.
Lo vuelvo a llamar: psss, psss.
Dócil a medias avanza
moviendo el rabo con miedo
y las orejitas gachas.
Chasco los dedos; le digo:
"ven aquí, no te hago nada,
vamos, vamos, ven aquí".
Y adiós la desconfianza.
Que ya se tiende a mis pies,
a tiernos aullidos habla,
ladra para hablar más fuerte,
salta, gira; gira, salta;
llora, ríe; ríe, llora;
lengua, orejas, ojos, patas
y el rabo es un incansable
abanico de palabras.
Es su alegría tan grande
que más que hablarme, me canta.
"¿Qué piedra te dejó cojo?
Sí, sí, sí, malhaya".
El perro me entiende; sabe
que maldigo la pedrada,
aquella pedrada dura
que le destrozó la pata
y él, con el rabo, me dice
que me agradece la lástima.
"Pero tú no te preocupes,
ya no ha de faltarte nada.
Yo también soy callejero,
aunque de distintas plazas
y a patita coja y triste
voy de jornada en jornada.
Las piedras que me tiraron
me dejaron coja el alma.
Entre basuras de tierra
tengo mi pan y mi almohada.
Vamos, pues, perrito mío,
vamos, anda que te anda,
con nuestra cojera a cuestas,
con nuestra tristeza en andas,
yo por mis calles oscuras,
tú por tus calles calladas,
tú la pedrada en el cuerpo,
yo la pedrada en el alma
y cuando mueras, amigo,
yo te enterraré en mi casa
bajo un letrero: «aquí yace
un amigo de mi infancia».
Y en el cielo de los perros,
pan tierno y carne mechada,
te regalará San Roque
una muleta de plata.
Compañeros, si los hay,
amigos donde los haya,
mi perro y yo por la vida:
pan pobre, rica compaña.

Era joven y era viejo;
por más que yo lo cuidaba,
el tiempo malo pasado
lo dejó medio sin alma.
Y fueron muchas las hambres,
mucho peso en sus tres patas
y una mañana, en el huerto,
debajo de mi ventana,
lo encontré tendido, frío,
como una piedra mojada,
un duro musgo de pelo,
con el rocío brillaba.
Ya estaba mi pobre perro
muerto de las cuatro patas.
Hacia el cielo de los perros
se fue, anda que te anda,
las orejas de relente
y el hociquillo de escarcha.
Portero y dueño del cielo
San Roque en la puerta estaba:
ortopédico de mimos,
cirujano de palabras,
bien surtido de intercambios
con que curar viejas taras.
"Para ti...   un rabo de oro;
para ti...   un ojo de ámbar;
tú...   tus orejas de nieve;
tú...   tus colmillos de escarcha.
Y tú, -mi perro reía-,
tú...  tu muleta de plata".
Ahora ya sé por qué está
la noche agujereada:
¿Estrellas...   luceros...?  No,
es mi perro cuando anda...
con la muleta va haciendo
agujeritos de plata.

martes, 1 de marzo de 2016

Oreos, doritos y Mr. Trump.

Desde que dio inicio a su campaña en pos de la candidatura del partido republicano a la presidencia de los Estados Unidos, Donald Trump ha hecho del discurso duro una de sus constantes, teniendo como eje principal el hacer de los mexicanos el blanco de sus más severas acusaciones. Después de su primer acto -aquel en el mezzanine de las Trump Towers-, declaró ante algún medio que su discurso había sido “improvisado”. Si hemos de creerle, yo afirmaría que esa improvisación se convirtió en el pilar de su campaña (algo parecido a lo que a Vicente Fox le sucedió con el archifamoso “hoy, hoy, hoy”), dada la cantidad de veces en que posteriormente ha hablado del tema con el mismo tono.
Las reacciones a las violentas y poco políticas declaraciones de Mr. Trump han sido muy variadas: solidarias -empresarios, actores, cineastas, chefs famosos que se niegan a hacer negocios con el magnate-, internacionales -personajes de todo el mundo manifestando su rechazo y su repudio a sus virulentas declaraciones-, y hasta grotescas -como la perfectamente olvidable y espantosa canción “Todos somos México”, producida por Emilio Estefan en un momento que, seguramente, juzgó oportuno-.

En este fragor electoral, algo que me llama poderosamente la atención es el seguimiento al comportamiento de algunas minorías -concretamente, las hispanas, y todavía de manera más precisa, los “mexicanos” residentes en Estados Unidos- en los medios de comunicación. Contra lo que cualquiera pensaría, existe un interesante porcentaje de “mexicanos” que se manifiestan a favor no solamente de que Mr. Trump sea el candidato del partido republicano, sino que se convierta en el próximo inquilino de la Casa Blanca. Léase el siguiente artículo publicado por el muy afamado Huffington Post:
http://www.huffingtonpost.com/2015/07/24/donald-trump-mexicans-new-hampshire_n_7864980.html

La postura de estos “mexicanos” se endurece hasta el punto de afirmar que la frontera estadounidense debería permanecer “cerrada” para México al menos 10 años. Lo de "mexicanos" va entrecomillado no por moler, sino porque, en realidad estas personas, que se autodenominan mexicanos, hace ya tiempo que no lo son. Se incluyen en ese grupo y su postura al apoyar a Mr. Trump les hace muy distinguibles. Pero, no por pertenecer a cierto grupo se piensa de alguna manera y estos “mexicanos” son el ejemplo. Esto me lleva al punto que quería tratar.

En los Estados Unidos, las archifamosas galletitas "Oreo" han servido para denominar, irónicamente, a los ciudadanos de color que piensan como blancos. A black person with a white mind. Y existe aún un  término más complejo: “reverse oreo”, que se refiere a una persona que, siendo de piel blanca, ojos azules y cabello rubio, piense como una de color. Supongo que esas son las "Uh-oh!" Oreos.


A manera de analogía, quiero referirme a estos ciudadanos de origen mexicano cuyas familias llevan viviendo en Estados Unidos al menos una generación. O dos. Personas cuya fisonomía es de mexicano, pero cuya mente e ideas han dejado de serlo desde hace ya tiempo. Hijos de migrantes que hablan el español en sus casas con un fuerte acento americano, y que en público no se sienten cómodos haciéndolo. Nietos de migrantes que ya no saben más que unas pocas palabras en español y  ya no tienen intención de aprenderlo. Estos americanos tan poco mexicanos vendrían a ser como un Dorito, es decir, una fritura que parece hecha de tortilla y que “pica”, pero que ni es tortilla ni pica en realidad.
Reitero,  no por pertenecer a cierto grupo se piensa de alguna manera, pero los estereotipos generalizan de manera engañosa.

Lo importante, por sobre todas las cosas, es ejercer la facultad de pensar. Eso lo puede hacer toda la gran variedad de grupos que existen en Estados Unidos. Y habiendo pensado cuidadosamente, elegir de manera madura, estando dispuestos a afrontar las consecuencias de nuestra elección. En el caso de los partidarios de Mr. Trump, quienes mucho alaban su facultad de decir las cosas "sin pelos en la lengua", como decimos en México, deseo simplemente que sopesen lo que significa tener en la Casa Blanca a alguien que esgrime la intolerancia como su mejor argumento, en un país donde el racismo y la discriminación están lejos de haberse terminado -y para muestra, basta una Oreo- y donde las matanzas por motivos de intolerancia son cosa de todos los días. Sólo por mencionar un hecho, que conste, no es por moler.

El dato inútil.
Por cierto....¿Sabía usted que la famosa galletita de chocolate con cremoso relleno de vainilla se fabrica en cuando menos, otros treinta sabores entre los que se cuentan plátano, menta, dulce de leche, crema de café, limón, mantequilla de maní…? Amén de presentaciones grandes, chiquitas, en forma de pastel, en helado...