viernes, 3 de marzo de 2017

Polvorones de maíz de limón.

Evidentemente no es "maíz de limón"; es que estas galletitas están hechas principalmente de harina de maíz. No tengo celiaquía ni soy vegana ni nada semejante, pero desde hace varios meses dejé por voluntad propia algunos alimentos, entre ellos leche de vaca y harina de trigo. Pero no del todo; me doy permiso de tomar algunas libertades. Por ejemplo, en esta receta sí mezclé cuatro quintas partes de harina de maíz con una quinta parte de harina de trigo; la estabilidad que proporciona el gluten a la masa no es de despreciarse.
Cociné estas galletitas para consentir a mi marido, que está en cama con una gripa de mil diablos.
Va la receta! Acremen 225 gramos de mantequilla a temperatura ambiente, con 180 gramos de azúcar. Ya que está esponjoso el batido, agreguen un huevo y la ralladura de dos limones amarillos grandes. Una vez integrado lo anterior, incorporen 320 gramos de harina de maíz y 80 gramos de harina de trigo, cernidas. Batan con una pala de madera hasta donde se pueda; después vacíenlo a la mesa de trabajo y amasen con las manos. Ya que se integró una bola de masa, métanla una hora al refrigerador, tapada.
A la hora de estirar la masa con el rodillo, les paso un tip: dividan la bola en dos para trabajar una mitad a la vez. Con las manos bien limpias y tantito untadas de aceite de cocina, aplanen la masa lo más uniformemente posible (el aceite solamente es para que no se adhiera la masa a las manos). Una vez que está algo plana, usen el rodillo para extenderla un poco más y para darle un grosor uniforme. Córtenla con cortadores y coloquenlas en placas engrasadas y enharinadas, al horno caliente (190°C).
El twist: El tiempo de horneado depende del grosor de las galletas y la cantidad que haya en las charolas. Mi primera tanda fue de dos charolas, cada una con unas 30 galletas, y demoraron 25 minutos. La segunda fue de una sola charola con unas quince galletas, y debieron de haber demorado 20 minutos. Pero las dejé los 25 y por eso las estrellitas están más obscuras, aunque saben muy bien.
Están almacenadas en esta galletera de color rosa que hace varias decenas de años solía contener unos dulces de leche con canela que hacía mi Abuela, y a los que llamaba "panochas". Eran la delicia de la familia, y el tener la galletera conmigo, tantos años después, en la casa donde finalmente vine a establecerme con mi marido, algo lejos de donde nací y me crié, es algo muy bonito.
Si alguien las hace, dígame por favor que le parecieron, en los comentarios.

La "Repuglica" de Gemma Correll.

Como felices dueños de cuatro perros (que no "padres", nos queda muy claro, pero de eso hablaremos otro día), mi esposo y yo disfrutamos de cualquier tira cómica, dibujo, ilustración, etcétera, que retrate actitudes caninas que nos son familiares, y les asigne a los canes actitudes humanoides. Ya sé, es un error asignarle a los perros actitudes y emociones humanas (en todo caso, yo sé que tienen actitudes, opiniones, emociones, decisiones e indecisiones muy perrunas), pero no deja de ser un disfrute encontrar a algún artista que retrate su vida como dueño de perro.
Una grata sorpresa es el blog "California Repuglic" de la artista gráfica Gemma Correll. Lo de "Repuglic" se debe a que el protagonista de varios posts es un su mascota, un pug. Les dejo un par de muestras de su divertido trabajo, y la dirección de la página de la artista: https://www.gemmacorrell.com/
Que vivan los perros!!






Vamos atravesando los pasillos del supermercado.

10. Vamos atravesando los pasillos del supermercado, como cada semana. Nuestro carrito está a medio llenar y entre los artículos que pronto pasarán por la caja registradora, hay naranjas, plátanos, media piña, algunas guayabas, mandarinas, un aguacate, jitomates, brócoli, una cebolla pequeña, una cajita de arúgula.
Papá se expresa con el gesto que hace cuando revisa que en derredor haya otros compradores que puedan escucharlo.
-Ni que fuera yo vaca para comer tanto verde. Además, ¿Qué?! Yo ya tomo tortillas, que son de maíz, y eso es verde; tomo pan, que viene del trigo, que también es verde; tomo queso que…bueno, ya fue procesado por la vaca, pero… ¿eh-heh…? ¿Cómo la ves desde ahí?
-Papá…no me jodas.
Reímos los dos, mientras seguimos avanzando por el pasillo del supermercado.
Tengo cuarenta y tres años. Papá tiene ochenta y seis. No siempre nos entendemos, pero al menos lo seguimos intentando. f

(De la Serie "Diez instantes con mi Padre". Escrito por Beatriz Maruri Aguilar)

El ambiente de la habitación es frío.

8. El ambiente de la habitación es frío, pero el frío que tengo en el alma es el que me está calando. La voz del médico me da una indicación tras otra. Las horas de oxígeno, los medicamentos inhalados, los antibióticos. Los diuréticos. Los malditos diuréticos. Los medicamentos anti fúngicos. Los cuidados generales, las posibles complicaciones. El número telefónico, disponible ante una emergencia. En su silueta, en su gesto, en su tono, adivino su apuro por abandonar la habitación y seguir atendiendo a su lista de pacientes.
En el borde de la cama, la breve silueta de Mamá, conectada a esos tubos que ahora la ayudan a respirar, es el punto en el cual el cielo se me está juntando con la tierra. Es el sitio donde suelo anclarme, súbitamente convertido ancla asida a mí. Procuro hilar mis ideas, procuro imprimir alguna intención a mis movimientos, y al mismo tiempo, lidiar con la opresión que siento en el pecho y con el hueco que tengo en el estómago. Un ruido suave me hace volver la cabeza. Es la puerta, nuevamente.
Envueltos en una bolsa de papel estraza, usada y arrugada, vienen los varios miles de pesos que nos restan por pagar para abandonar el hospital y llevarnos a nuestro frágil y amado tesoro de vuelta a casa. No supe en qué momento lo hizo, pero fue y vino solo por las calles frías, húmedas y lluviosas, con ese cargamento a cuestas.
Papá deja el paquete en la mesilla de la habitación y se aproxima a la cama.
-Cielito- le dice. Como tantas veces.
Una débil sonrisa se dibuja en la faz de ella, al reconocerlo.
-Gordo- le dice. Como tantas veces.
Otra vez soy testigo. Del amor, en ese instante.
Tengo treinta y ocho años. Papá acaba de cumplir ochenta y dos. Estamos deslizándonos irremediablemente hacia uno de los vórtices de nuestras vidas. No vamos a salir incólumes.



(De la Serie "Diez instantes con mi Padre". Escrito por Beatriz Maruri Aguilar)

Hay una luz que recorre los pasillos de la casa.

9. Hay una luz que recorre los pasillos de la casa, pero que no logra llenar el demoledor vacío de su atmósfera, su tiempo, su ambiente, su espacio. El hueco de mi estómago se ha trasladado al corazón y recorro como autómata cada habitación intentando poner un nuevo orden en espacios hasta ahora ocupados por medicamentos, suplementos alimenticios, instrumentos de terapia, inhaladores, libros, revistas. Accesorios que de pronto no tienen sentido, pero que han sido amigos, socios, cómplices de esta última y dura temporada. Estaciono el concentrador de oxígeno en una esquina de la habitación, ese compañero de los últimos meses que, abruptamente, guardó silencio. Enrollo el largo tubito transparente que lleva a las puntas nasales, opacas por el uso, y contemplo el humidificador, todavía a medio llenar. La vista se me nubla.
Intento infructuosamente hacer oídos sordos al rumor que proviene de la habitación vecina, donde la cama va llenándose poco a poco de sacos, faldas, blusas, suéteres, vestidos que salen del closet, donde estaban acomodados con el impecable orden de siempre.
Papá aparece en el umbral y en el tono que emplea cada vez que quiere zanjar un conflicto, me dice:
-Yo creo que tú eres la que tiene que ceder.
No es esta frase lo que me ayuda a superar el momento, sino el pensar que mi hermano que apila las pertenencias personales de Mamá para entregarlas a la caridad, fue tan hijo de ella como yo. Y en dos días regresará a su casa, océano de por medio.
Tengo treinta y nueve años y Mamá ha muerto hace tres días. Papá tiene ochenta y tres y hace tres días que ha enviudado. 


(De la Serie "Instantes con mi Padre", escrito por Beatriz Maruri Aguilar)


La pequeña ocupa un borde de la mesa.

7. La pequeña ocupa un borde de la mesa, pero llena la habitación completa. Mamá está junto a ella, atendiéndola, mimándola, disfrutando de su condición de abuelita.
Por el pasillo viene un andar pausado. La pequeña dobla sus bracitos regordetes -aunque ya empieza a adivinarse que, como todos los miembros de su familia paterna, muy probablemente será delgada- y cubre su rostro con las manitas, al tiempo que dice en su media lengua:
-Ah, es abuedito. Me voy a esconded.
Papá capta la situación, cambia una sonrisa cómplice con Mamá y se pone a “buscar” a la nieta.

Solamente soy testigo de la escena. Tengo treinta y seis años. La nietecita tiene tres años. Papá tiene setenta y ocho, y hace tres que es abuelo.

(De la Serie "Diez instantes con mi Padre". Escrito por Beatriz Maruri Aguilar)

Otra vez son las dos de la tarde.

6. Otra vez son las dos de la tarde y el monstruo me espera afuera. En menos de dos horas habré de domeñarlo, ir a casa, comer y regresar al trabajo en el tiempo apropiado para no tener un retardo. Solo de pensar en semejante secuencia siento un hueco en el estómago, pero devuelvo la sonrisa a mis colegas, que se apresuran también a salir a su hora de comida. Recojo mi bolso, mi carpeta y salgo del edificio. El monstruo color rojo está estacionado a unos metros, en el primer lugar de la fila de la banqueta. Otra vez llegué antes que todos los demás para no tener que hacer maniobras al estacionarme.
Como cada día desde que decidí que vendría al trabajo a bordo de mi nuevo auto, Papá ha venido andando desde casa para acompañarme en el trance, y me espera sonriente junto al Federico.
Tengo veintinueve años. Papá tiene setenta y dos.

(De la Serie "Diez instantes con mi Padre". Escrito por Beatriz Maruri Aguilar)

Subo la ladera del cerro.

5. Subo la ladera del cerro. Estoy cansada y desanimada. He pasado gran parte de la mañana contando células al microscopio. Aunque ya no me mareo, aún me canso un poco. Además de afinar mis habilidades con dicho instrumento, he de reunir más datos para efectuar un análisis estadístico suficiente para una tesis de licenciatura. Bueno, mientras los nuevos lotes de composta están listos, tiempo me sobrará para contar una célula tras otra. Mientras atravieso la explanada, rodeando la enorme fuente cuadrada, pienso en esas semanas que demorará que la micro biota del suelo descomponga los desechos, cuidadosamente separados a mano, de la muestra de basura obtenida de la estación de transferencia municipal.
Por ahí he de recomenzar. Por separar la basura, armar la pila y cuidar que el proceso de fermentación aerobia tenga lugar. Ya llegué a la esquina que me han asignado, en un rincón del jardíncito situado en la parte posterior del edificio de Rectoría, a afrontar la tarea de volver a armar las dos pilas existentes con un buen inóculo de desechos-sólidos-domésticos-municipales.
En medio del mar de bolsas de basura, con mi refresco favorito en la mano, está esperándome Papá para ayudarme. Sonríe al verme aparecer.

Tengo veintidós años. Papá tiene sesenta y cinco, y acaba de jubilarse. Ha ingresado a estudiar carpintería en el Instituto de Artes y Oficios de Querétaro.

(De la Serie "Instantes con mi Padre", escrito por Beatriz Maruri Aguilar)

Mañana va a ser Día de las Madres.

4. Mañana va a ser Día de las Madres. En el centro comercial las personas van y vienen mientras cae la tarde. En el aparador, el tibor de cerámica con dibujos de estilo oriental se ve apropiado para obsequiarlo a Mamá, pero no me alcanza el dinero. Estoy en el mostrador vecino, vaciando mis bolsillos, mi cartera, el monedero y hasta otros recovecos de mi bolsa en los que normalmente no hurgaría. Las monedas se juntan poco a poco…y se reúnen con otras monedas que provienen de los bolsillos de Papá, que también está revisándose todos los sitios posibles. Hemos reunido por los pelos la cantidad requerida y nos llevamos el tibor, satisfechos y riéndonos ante el hecho de haber pagado con tanta morralla.

Tengo veinte años. Papá tiene sesenta y tres y trabaja a tiempo completo en el Colegio de Bachilleres. 

(De la Serie "Diez instantes con mi Padre". Escrito por Beatriz Maruri Aguilar)