viernes, 3 de marzo de 2017

Polvorones de maíz de limón.

Evidentemente no es "maíz de limón"; es que estas galletitas están hechas principalmente de harina de maíz. No tengo celiaquía ni soy vegana ni nada semejante, pero desde hace varios meses dejé por voluntad propia algunos alimentos, entre ellos leche de vaca y harina de trigo. Pero no del todo; me doy permiso de tomar algunas libertades. Por ejemplo, en esta receta sí mezclé cuatro quintas partes de harina de maíz con una quinta parte de harina de trigo; la estabilidad que proporciona el gluten a la masa no es de despreciarse.
Cociné estas galletitas para consentir a mi marido, que está en cama con una gripa de mil diablos.
Va la receta! Acremen 225 gramos de mantequilla a temperatura ambiente, con 180 gramos de azúcar. Ya que está esponjoso el batido, agreguen un huevo y la ralladura de dos limones amarillos grandes. Una vez integrado lo anterior, incorporen 320 gramos de harina de maíz y 80 gramos de harina de trigo, cernidas. Batan con una pala de madera hasta donde se pueda; después vacíenlo a la mesa de trabajo y amasen con las manos. Ya que se integró una bola de masa, métanla una hora al refrigerador, tapada.
A la hora de estirar la masa con el rodillo, les paso un tip: dividan la bola en dos para trabajar una mitad a la vez. Con las manos bien limpias y tantito untadas de aceite de cocina, aplanen la masa lo más uniformemente posible (el aceite solamente es para que no se adhiera la masa a las manos). Una vez que está algo plana, usen el rodillo para extenderla un poco más y para darle un grosor uniforme. Córtenla con cortadores y coloquenlas en placas engrasadas y enharinadas, al horno caliente (190°C).
El twist: El tiempo de horneado depende del grosor de las galletas y la cantidad que haya en las charolas. Mi primera tanda fue de dos charolas, cada una con unas 30 galletas, y demoraron 25 minutos. La segunda fue de una sola charola con unas quince galletas, y debieron de haber demorado 20 minutos. Pero las dejé los 25 y por eso las estrellitas están más obscuras, aunque saben muy bien.
Están almacenadas en esta galletera de color rosa que hace varias decenas de años solía contener unos dulces de leche con canela que hacía mi Abuela, y a los que llamaba "panochas". Eran la delicia de la familia, y el tener la galletera conmigo, tantos años después, en la casa donde finalmente vine a establecerme con mi marido, algo lejos de donde nací y me crié, es algo muy bonito.
Si alguien las hace, dígame por favor que le parecieron, en los comentarios.

La "Repuglica" de Gemma Correll.

Como felices dueños de cuatro perros (que no "padres", nos queda muy claro, pero de eso hablaremos otro día), mi esposo y yo disfrutamos de cualquier tira cómica, dibujo, ilustración, etcétera, que retrate actitudes caninas que nos son familiares, y les asigne a los canes actitudes humanoides. Ya sé, es un error asignarle a los perros actitudes y emociones humanas (en todo caso, yo sé que tienen actitudes, opiniones, emociones, decisiones e indecisiones muy perrunas), pero no deja de ser un disfrute encontrar a algún artista que retrate su vida como dueño de perro.
Una grata sorpresa es el blog "California Repuglic" de la artista gráfica Gemma Correll. Lo de "Repuglic" se debe a que el protagonista de varios posts es un su mascota, un pug. Les dejo un par de muestras de su divertido trabajo, y la dirección de la página de la artista: https://www.gemmacorrell.com/
Que vivan los perros!!






Vamos atravesando los pasillos del supermercado.

10. Vamos atravesando los pasillos del supermercado, como cada semana. Nuestro carrito está a medio llenar y entre los artículos que pronto pasarán por la caja registradora, hay naranjas, plátanos, media piña, algunas guayabas, mandarinas, un aguacate, jitomates, brócoli, una cebolla pequeña, una cajita de arúgula.
Papá se expresa con el gesto que hace cuando revisa que en derredor haya otros compradores que puedan escucharlo.
-Ni que fuera yo vaca para comer tanto verde. Además, ¿Qué?! Yo ya tomo tortillas, que son de maíz, y eso es verde; tomo pan, que viene del trigo, que también es verde; tomo queso que…bueno, ya fue procesado por la vaca, pero… ¿eh-heh…? ¿Cómo la ves desde ahí?
-Papá…no me jodas.
Reímos los dos, mientras seguimos avanzando por el pasillo del supermercado.
Tengo cuarenta y tres años. Papá tiene ochenta y seis. No siempre nos entendemos, pero al menos lo seguimos intentando. f

(De la Serie "Diez instantes con mi Padre". Escrito por Beatriz Maruri Aguilar)

El ambiente de la habitación es frío.

8. El ambiente de la habitación es frío, pero el frío que tengo en el alma es el que me está calando. La voz del médico me da una indicación tras otra. Las horas de oxígeno, los medicamentos inhalados, los antibióticos. Los diuréticos. Los malditos diuréticos. Los medicamentos anti fúngicos. Los cuidados generales, las posibles complicaciones. El número telefónico, disponible ante una emergencia. En su silueta, en su gesto, en su tono, adivino su apuro por abandonar la habitación y seguir atendiendo a su lista de pacientes.
En el borde de la cama, la breve silueta de Mamá, conectada a esos tubos que ahora la ayudan a respirar, es el punto en el cual el cielo se me está juntando con la tierra. Es el sitio donde suelo anclarme, súbitamente convertido ancla asida a mí. Procuro hilar mis ideas, procuro imprimir alguna intención a mis movimientos, y al mismo tiempo, lidiar con la opresión que siento en el pecho y con el hueco que tengo en el estómago. Un ruido suave me hace volver la cabeza. Es la puerta, nuevamente.
Envueltos en una bolsa de papel estraza, usada y arrugada, vienen los varios miles de pesos que nos restan por pagar para abandonar el hospital y llevarnos a nuestro frágil y amado tesoro de vuelta a casa. No supe en qué momento lo hizo, pero fue y vino solo por las calles frías, húmedas y lluviosas, con ese cargamento a cuestas.
Papá deja el paquete en la mesilla de la habitación y se aproxima a la cama.
-Cielito- le dice. Como tantas veces.
Una débil sonrisa se dibuja en la faz de ella, al reconocerlo.
-Gordo- le dice. Como tantas veces.
Otra vez soy testigo. Del amor, en ese instante.
Tengo treinta y ocho años. Papá acaba de cumplir ochenta y dos. Estamos deslizándonos irremediablemente hacia uno de los vórtices de nuestras vidas. No vamos a salir incólumes.



(De la Serie "Diez instantes con mi Padre". Escrito por Beatriz Maruri Aguilar)

Hay una luz que recorre los pasillos de la casa.

9. Hay una luz que recorre los pasillos de la casa, pero que no logra llenar el demoledor vacío de su atmósfera, su tiempo, su ambiente, su espacio. El hueco de mi estómago se ha trasladado al corazón y recorro como autómata cada habitación intentando poner un nuevo orden en espacios hasta ahora ocupados por medicamentos, suplementos alimenticios, instrumentos de terapia, inhaladores, libros, revistas. Accesorios que de pronto no tienen sentido, pero que han sido amigos, socios, cómplices de esta última y dura temporada. Estaciono el concentrador de oxígeno en una esquina de la habitación, ese compañero de los últimos meses que, abruptamente, guardó silencio. Enrollo el largo tubito transparente que lleva a las puntas nasales, opacas por el uso, y contemplo el humidificador, todavía a medio llenar. La vista se me nubla.
Intento infructuosamente hacer oídos sordos al rumor que proviene de la habitación vecina, donde la cama va llenándose poco a poco de sacos, faldas, blusas, suéteres, vestidos que salen del closet, donde estaban acomodados con el impecable orden de siempre.
Papá aparece en el umbral y en el tono que emplea cada vez que quiere zanjar un conflicto, me dice:
-Yo creo que tú eres la que tiene que ceder.
No es esta frase lo que me ayuda a superar el momento, sino el pensar que mi hermano que apila las pertenencias personales de Mamá para entregarlas a la caridad, fue tan hijo de ella como yo. Y en dos días regresará a su casa, océano de por medio.
Tengo treinta y nueve años y Mamá ha muerto hace tres días. Papá tiene ochenta y tres y hace tres días que ha enviudado. 


(De la Serie "Instantes con mi Padre", escrito por Beatriz Maruri Aguilar)


La pequeña ocupa un borde de la mesa.

7. La pequeña ocupa un borde de la mesa, pero llena la habitación completa. Mamá está junto a ella, atendiéndola, mimándola, disfrutando de su condición de abuelita.
Por el pasillo viene un andar pausado. La pequeña dobla sus bracitos regordetes -aunque ya empieza a adivinarse que, como todos los miembros de su familia paterna, muy probablemente será delgada- y cubre su rostro con las manitas, al tiempo que dice en su media lengua:
-Ah, es abuedito. Me voy a esconded.
Papá capta la situación, cambia una sonrisa cómplice con Mamá y se pone a “buscar” a la nieta.

Solamente soy testigo de la escena. Tengo treinta y seis años. La nietecita tiene tres años. Papá tiene setenta y ocho, y hace tres que es abuelo.

(De la Serie "Diez instantes con mi Padre". Escrito por Beatriz Maruri Aguilar)

Otra vez son las dos de la tarde.

6. Otra vez son las dos de la tarde y el monstruo me espera afuera. En menos de dos horas habré de domeñarlo, ir a casa, comer y regresar al trabajo en el tiempo apropiado para no tener un retardo. Solo de pensar en semejante secuencia siento un hueco en el estómago, pero devuelvo la sonrisa a mis colegas, que se apresuran también a salir a su hora de comida. Recojo mi bolso, mi carpeta y salgo del edificio. El monstruo color rojo está estacionado a unos metros, en el primer lugar de la fila de la banqueta. Otra vez llegué antes que todos los demás para no tener que hacer maniobras al estacionarme.
Como cada día desde que decidí que vendría al trabajo a bordo de mi nuevo auto, Papá ha venido andando desde casa para acompañarme en el trance, y me espera sonriente junto al Federico.
Tengo veintinueve años. Papá tiene setenta y dos.

(De la Serie "Diez instantes con mi Padre". Escrito por Beatriz Maruri Aguilar)

Subo la ladera del cerro.

5. Subo la ladera del cerro. Estoy cansada y desanimada. He pasado gran parte de la mañana contando células al microscopio. Aunque ya no me mareo, aún me canso un poco. Además de afinar mis habilidades con dicho instrumento, he de reunir más datos para efectuar un análisis estadístico suficiente para una tesis de licenciatura. Bueno, mientras los nuevos lotes de composta están listos, tiempo me sobrará para contar una célula tras otra. Mientras atravieso la explanada, rodeando la enorme fuente cuadrada, pienso en esas semanas que demorará que la micro biota del suelo descomponga los desechos, cuidadosamente separados a mano, de la muestra de basura obtenida de la estación de transferencia municipal.
Por ahí he de recomenzar. Por separar la basura, armar la pila y cuidar que el proceso de fermentación aerobia tenga lugar. Ya llegué a la esquina que me han asignado, en un rincón del jardíncito situado en la parte posterior del edificio de Rectoría, a afrontar la tarea de volver a armar las dos pilas existentes con un buen inóculo de desechos-sólidos-domésticos-municipales.
En medio del mar de bolsas de basura, con mi refresco favorito en la mano, está esperándome Papá para ayudarme. Sonríe al verme aparecer.

Tengo veintidós años. Papá tiene sesenta y cinco, y acaba de jubilarse. Ha ingresado a estudiar carpintería en el Instituto de Artes y Oficios de Querétaro.

(De la Serie "Instantes con mi Padre", escrito por Beatriz Maruri Aguilar)

Mañana va a ser Día de las Madres.

4. Mañana va a ser Día de las Madres. En el centro comercial las personas van y vienen mientras cae la tarde. En el aparador, el tibor de cerámica con dibujos de estilo oriental se ve apropiado para obsequiarlo a Mamá, pero no me alcanza el dinero. Estoy en el mostrador vecino, vaciando mis bolsillos, mi cartera, el monedero y hasta otros recovecos de mi bolsa en los que normalmente no hurgaría. Las monedas se juntan poco a poco…y se reúnen con otras monedas que provienen de los bolsillos de Papá, que también está revisándose todos los sitios posibles. Hemos reunido por los pelos la cantidad requerida y nos llevamos el tibor, satisfechos y riéndonos ante el hecho de haber pagado con tanta morralla.

Tengo veinte años. Papá tiene sesenta y tres y trabaja a tiempo completo en el Colegio de Bachilleres. 

(De la Serie "Diez instantes con mi Padre". Escrito por Beatriz Maruri Aguilar)

domingo, 26 de febrero de 2017

Me ha costado trabajo escoger el vestido.

3. Me ha costado trabajo escoger el vestido. Mamá me ha acompañado a diferentes establecimientos y me ha escuchado arrepentirme mil veces por no haber adquirido el primero que me probé, que era perfecto, y que unos días después ya no estaba en el aparador. El que ahora llevo tiene una ligera caída de hombros que rodea al discreto escote barco. Me he revisado mil veces ante el espejo y me siento extraña con mi tieso peinado, e insegura a bordo de ese vestido. Pero ya estoy lista; no hay más que ir al templo donde se celebrará la misa de graduación por el fin del ciclo escolar. Estamos por trasponer la puerta cuando Papá, también arreglado para la ceremonia, me pregunta:
-¿Vas a taparte de algún modo?
Tengo diecisiete años y una gran inseguridad sobre mi aspecto físico. No me quitaré la estola en toda la noche. Papá tiene sesenta y muchas otras cosas en que pensar.

(De la Serie "Diez instantes con mi Padre". Escrito por Beatriz Maruri Aguilar)

Vamos caminando por la calle de Mar Mediterráneo

2. Vamos caminando por la calle de Mar Mediterráneo. Papá me recogió de la escuela, al pasar de su trabajo. Enfundado en su traje se ve muy elegante, y yo me siento muy feliz brincoteando y parloteando a su lado. Pronto llegaremos a casa.
Hemos doblado la esquina y junto al puesto de periódicos está mi compañero Rodolfo, en compañía de su madre. Me percato de su faz llorosa y por un instante me pregunto a qué se debe el llanto. La interrogante dura poco; la señora nos ha detenido y dice estar inspeccionando las mochilas de los compañeros de su hijo para encontrar el lápiz que ha sido “robado” por alguno de ellos. Mi mochila pasa la revisión y la señora extrae mi lápiz. Ese que cuido tanto, después de los regaños que me he llevado en casa por mi tendencia a extraviar mis pertenencias. Ese que me han dado para reponer el anterior, y que he procurado no perder de vista. Con el objeto en la mano, declara que es el de su hijo.
Papá no me consulta. Sencillamente, me golpea en plena calle, sin decir palabra.
El resto del trayecto transcurre de manera silenciosa, entre mis esfuerzos por mantener el paso, y por contener infructuosamente un llanto que tiene el sabor amargo de la humillación.
Tengo siete años. Papá tiene cincuenta y es jefe de materia en el campus “El Rosario” del Colegio de Bachilleres.

(De la Serie "Diez instantes con mi Padre". Escrito por Beatriz Maruri Aguilar)

Es un cuarto de baño de tamaño reducido.

1. Es un cuarto de baño de tamaño reducido. Entrando, a mano izquierda, está el inodoro, y a la derecha, un lavabo con pedestal. Dos pasos más y el recorrido termina abruptamente en el borde de la bañera que ocupa todo el fondo de la habitación, y cuya cortina normalmente se encuentra abierta en horas de desuso. Me encuentro sentada en el borde de la bañera, un día cualquiera, a una hora cualquiera. Sostengo un libro sobre mi regazo. Es un libro de pastas color blanco encuadernado a la rústica, cuya portada tiene un dibujo muy simplificado de la cabeza de un oso. Su cara redonda, sus ojos redondos, y sus orejas redondeadas. La página en la que tengo abierto el libro tiene una gran letra “M” en tipografía también redondeada de tonos azules.
Papá me explica que cuando la consonante “m” se junta con la vocal “a”, se forma la sílaba “ma”. Está sentado junto a mí en la orilla de la bañera.
Tengo cinco años y acabo de entrar a la primaria. Papá tiene cuarenta y ocho, y hace poco que trabaja de Maestro de Inglés a tiempo completo, después de haber sido despedido con cajas destempladas de la empresa a la que dedicó veintisiete años de su vida laboral.

(De la serie "Diez instantes con mi Padre". Escrito por Beatriz Maruri Aguilar)

viernes, 3 de febrero de 2017

El Jardín Botánico en Cadereyta.

El caminante que avanza en dirección Sureste desde el centro de Cadereyta de Montes, abandonará paulatinamente las calles de pisos adoquinados y casas señoriales, acompañado por la melodía que entonan las campanas de la Parroquia de San Pedro y San Pablo. El sonido le seguirá arrullando mientras atraviesa la zona en la que se erigen las Fuentes y el Pilancón, depósitos y conducto de agua respectivamente, cuya existencia da prueba de la voluntad de los cadereytenses de permanecer habitando esta región, una vez que el venero natural del cual se abastecían hubo menguado drásticamente.

En su andar, podrá toparse con escenas de corte rural y ecuestre, y con jóvenes charros que en pleno siglo XXI practican el floreo de la cuerda en la vía pública, con el teléfono celular guardado en el bolsillo trasero del pantalón. Con la reflexión del presente que se vincula con el pasado, el caminante se adentrará en un camino empedrado que señala el fin de la zona urbana y atraviesa terrenos que muestran las señales del uso a través del tiempo. La agricultura de temporal y el pastoreo de ganado menor han sido el sustento principal de esta región a lo largo de los últimos siglos, y las cicatrices de estas labores son visibles aún en las áreas que no están completamente transformadas.

La vida silvestre también sale al encuentro y es posible apreciar otro tipo de paisaje que va apareciendo en la ladera Sur, formada por grandes columnas de piedra de origen volcánico, que forman un acantilado en cuya base prospera una ladera pletórica de vegetación. Añosos mezquites comparten su suelo natal con otros elementos arbóreos que llegaron para asentarse de manera definitiva en el paisaje mexicano. Altos eucaliptos y frondosos pirules, son ejemplo de las especies que también se sitúan a la vera de esta senda y que por las mañanas filtran entre su follaje una luminosa mezcla de diferentes tonalidades de amarillo y verde. Los trinos y llamados de las aves silvestres ofrecen ahora el suave fondo musical.

Es en esta senda donde nuestro caminante vislumbrará la pared de tono rojo óxido que delimita el muro exterior del Jardín Botánico Regional de Cadereyta “Ing. Manuel González de Cosío”. Será recibido por una escultura de piedra del sabio señor maya Itzamná y por el escudo metálico que representa a la biznaga dorada, símbolo mundial de la conservación de las cactáceas, el Echinocactus grusonii Hildm., y traspasará el umbral para efectuar su visita.

El caminante se enterará de que ha llegado a una institución que pertenece al Consejo de Ciencia y Tecnología del Estado de Querétaro, que tiene por misión “Servir al Estado de Querétaro mediante la generación de un mayor conocimiento científico y conservación de sus recursos vegetales”; y de que los trabajos que aquí se efectúan para alcanzarla, están organizados bajo tres grandes objetivos que todo jardín botánico sensu stricto debe cumplir.

El primer objetivo es el mantenimiento de una colección viva de plantas, reunidas bajo un propósito particular. En el caso del Jardín Botánico Regional de Cadereyta, como su nombre ya lo indica, la colección viva reúne principalmente a la flora del Estado de Querétaro, con especial énfasis en su porción semiárida; está acomodada bajo criterios de orden taxonómico y geográfico, brindando al caminante un espacio didáctico en el cual aprende las características e importancia de estas especies. Sin embargo, a más de ser un espacio de belleza espectacular que se integra y refuerza el paisaje silvestre, la colección es también un valioso reservorio de germoplasma para fines de conservación ex situ, esto es, “fuera de sitio”. La conservación ex situ de especies amenazadas en el medio silvestre, y de la flora en general, es una de las principales metas de los jardines botánicos de México y del mundo entero. En el Jardín Botánico Regional de Cadereyta, el caminante podrá conocer cerca de 300 especies diferentes, así como el proceso mediante el cual son legalmente colectadas, apropiadamente establecidas y meticulosamente mantenidas, cuidadas y documentadas a lo largo de su existencia.

El segundo objetivo es la realización de actividades educativas. El Jardín Botánico es un aula viva, y a lo largo de su visita, nuestro caminante recibirá un mensaje que lo ilustrará acerca de la diversidad florística del estado, de la relevancia que reviste su conocimiento y conservación, y de la importancia de las acciones cotidianas que cualquier persona puede efectuar en bien de la diversidad biológica y los servicios que nos presta. El programa educativo del Jardín Botánico Regional de Cadereyta tiene especial incidencia en los grupos de escuelas primarias de la cabecera municipal y de localidades cercanas, que acuden dentro de un programa de visitas, a realizar diferentes actividades educativas que complementan su formación y les preparan para ser, en un futuro, ciudadanos conscientes, sensibilizados y activos hacia el cuidado de la naturaleza.

El tercer objetivo es la generación de conocimiento a través de actividades de investigación científica. El Jardín Botánico trabaja, sea por su propia cuenta o asociado a instituciones nacionales y extranjeras, en el desarrollo de trabajos que generan conocimiento sobre diversos aspectos de la flora del estado de Querétaro. Dos de estos aspectos son: la evaluación del estado de conservación de las especies de flora, y el desarrollo de métodos de propagación de especies mexicanas de plantas. En un país megadiverso como el nuestro, estas actividades son de central importancia para asegurar la conservación de nuestros recursos florísticos, reforzando su conocimiento, rehabilitación y restauración. El caminante puede observar en primera persona los resultados de estos esfuerzos e inclusive adquirir una plantita propagada en el Jardín Botánico, o bien, alguna de las publicaciones aquí escritas.

Concluida la visita formal, nuestro caminante podrá disfrutar de las diez hectáreas que conforman el predio del Jardín Botánico, seguir aprendiendo a través de las señales de sus diferentes senderos, y seguir apreciando el paisaje que resguarda una trozo de la vegetación silvestre de la zona, preservada de los efectos del desarrollo urbano y del uso agrícola, y que a su vez se erige como santuario del Semidesierto Queretano Hidalguense, en el que la flora y la fauna silvestres encuentran refugio, alimento y resguardo.

El Jardín Botánico Regional de Cadereyta rinde homenaje, en su nombre, al que fue Gobernador del Estado de Querétaro entre los años 1961 y 1967. Pese a ser mayormente recordado por este cargo, el Ingeniero Químico Manuel González de Cosío y Rivera fue un interesado de las posibilidades de los recursos de las zonas áridas de México y entre las actividades que desempeñó en torno a este tema estuvo la promoción de plantíos de Yucca filifera Chabaud., “Yuca”, “Izote” o “Palma Yuca”, con el fin de desarrollar investigación científica sobre la especie como fuente de recursos económicos en regiones semiáridas, comúnmente de difícil desarrollo. Uno de los plantíos erigidos por él se sitúa a la vera Sureste del predio que ocupa el Jardín Botánico; su mantenimiento corrió a cargo de esta institución durante 23 años. El caminante podrá seguir su camino contemplando esta plantación histórica, desde afuera.


jueves, 26 de enero de 2017

Leche de avena y otros inventos.

Pues nada, que con tantas circunstancias que le orillan a uno a tomar mejores decisiones para bienestar y salud -haber pasado los cuarenta, tener antecedentes de hipertensión y diabetes en la familia, querer cuidar de la salud propia y la del cónyuge y querer equilibrar un ritmo que a ratos resulta estresante-, he estado recientemente atendiendo seminarios y leyendo libros que orientan a uno a como llevar una vida "más sana". No voy a recomendar ninguno; no soy profesional de nutrición ni de medicina. Solo pretendo comer sano y hacer de la alimentación una herramienta de bienestar, no solamente de supervivencia. Una de las medidas que parece estar dando resultado es haber dejado la leche de vaca; la he suplido con leche de avena.
Va la receta! Llenen un vaso grande con hojuelas de avena,  añadan tres cucharadas de coco rallado y cuidadosamente agréguenle agua purificada, hervida o de garrafón. Cuando la haya absorbido, pónganle otro poquito de agua, y déjenlo así toda la noche.
 Al día siguiente, coloquen esa avena súper remojada en la licuadora, con una cantidad igual de agua. Empleen el mismo vaso para tomar la medida. Añádanle una cucharadita de extracto de vainilla y otra de aceite de coco y licuen la mezcla a velocidad alta durante unos dos minutos. Cuélenlo y obtendrán una jarra pequeña de leche de avena que pueden tomar sola, añadir al café o al té, mezclarla con granola....es una emulsión bastante homogénea, gracias al aceite de coco. No obstante, cuando pasa un rato, hay necesidad de removerla para que vuelva a mezclarse. Normalmente la consumo en unos tres o cuatro días.

También obtendrán un residuo pastoso.
¿Que hacer con el residuo? Pues nada menos que el twist: revuelvanlo con dos huevos frescos, hasta que se integren bien....y hagan hot-cakes de avena! He de advertirles que quedan algo quebradizos, pues carecen del gluten que les proporcionaría estabilidad y estructura. Pero el sabor es delicioso.
Y si les ponen mantequilla, miel de abeja y unos piñoncitos o nueces, o almendras...uy.

Si alguien lo hace, por favor dígame que le pareció en un comentario. Gracias!